A través de mi camino aprendí cómo no sentir, cómo no notar mi respiración, cómo no experimentar conscientemente el momento, los colores, las sensaciones, las formas, la vida delante de mis ojos y oídos. Aprendí todo lo que mis padres, maestros, amigos, la televisión, y los libros tenían que enseñarme. Aprendí cómo escaparme de la presencia. Y pagué un precio demasiado alto. Mi desconexión del aquí y el ahora creó un apetito insaciable de escapar de todo. Para cuando cumplí los 20 años, ya había dominado el arte de escapar de la vida presente. Con uñas y garras luchaba por salirme de mi propia piel, fumando marihuana hasta que mis pulmones se llenaban de oscuridad, tragando pastillas como si fueran caramelos, bebiendo alcohol como si fuera agua, y buscando amor en todos los lugares donde no había. Aprendí a construir un mundo en el que yo era el personaje principal – deficiente, defectuoso. Estaba absorto en una búsqueda que no llevaba a ninguna parte y cada vez me cansaba más y más al no encontrar lo que estaba buscando. Ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Simplemente aprendí a buscar, como aprendí todo lo demás. En esa búsqueda nunca fui capaz de vivir plenamente. Estaba demasiado ocupado escapando de la vida conforme aparecía en el espacio presente.
Me alegra haber podido salir de esa vida. Me siento agradecido por tener la oportunidad, cada momento, de darme cuenta que la vida realmente sucede justamente aquí y ahora. Me estoy enamorando cada vez más profundamente de la presencia que se me escapó por tanto tiempo. Me encanta ver que no hay tal cosa como descubrir la presencia de una vez por todas, porque siempre está cambiando, mostrándome siempre algo que no había visto nunca antes. Es como un amante que tiene un nuevo rostro a cada momento. Des-aprender todo lo que había aprendido fue como enamorarme de la presencia, una presencia de la cual, según la sociedad, yo tenía que escapar. Ahora puedo sentir el toque de mis dedos en este teclado, notando el movimiento de mis huesos y músculos conforme voy escribiendo, puedo escuchar mi respiración ocurriendo automáticamente, veo los colores desplegándose magníficamente frente a mí, siento cada movimiento de cada sensación yendo y viniendo, observo cada pensamiento surgiendo y disolviéndose de nuevo en un espacio incognoscible. No hay nada que pueda llamar “vida,” como si fuese algo fijo, porque el juego de la vida no es para nada algo fijo. Todo el aprendizaje de mi pasado me decía que las cosas eran fijas y estáticas. Dejando atrás el mundo de las cosas, soy capaz de notar la fluidez del juego de todo lo que surge. Es tan fluido que no puedo poner mi dedo en nada, porque tan pronto como señalo algo, esto muere una muerte perfecta permitiendo el nacimiento de algo completamente nuevo. Tan pronto como tecleo otra palabra, la oración anterior ha muerto. Así es como son todas las cosas.
Todo lo que aprendí ha sido desafiado en la forma más profunda – incluyendo quién soy, quién eres, qué es la vida, qué es la verdad, en dónde he estado, hacia dónde voy, y si es que existe acaso un yo aquí. No hay ninguna religión en esta clase de ver. No hay ningún sitio donde pueda colgar mi sombrero. No hay ningún lugar donde pueda colocar ninguna certeza. Y es por eso que es tan delicioso. Esta es la forma más profunda de caer enamorado, cuando renuncias a tu certeza y a ti por la pura curiosidad de ver qué se siente estar completamente despierto a lo que está aquí, en este momento. Alguna vez aprendí que caer enamorado significaba encontrar a alguien a quien querer, un sueño para perderse, un ideal que perseguir. Pero esta caída es algo completamente diferente. En esta caída, el sueño mismo es desafiado, olvidado. Todo lo que aparece muere dulcemente un segundo después. Las imágenes no apuntan a nada. No pueden, porque todo está en constante flujo. Las palabras no se refieren a nada, porque el movimiento de la vida es demasiado fluido como para equipararse con un conjunto estático de palabras.
En esta caída, hay paz y aceptación en el sentido más profundo. Sin embargo, no hay un “yo” que pueda comprender lo que eso significa o aferrarse a ello. Y es por eso que la paz y la aceptación siempre están aquí – porque el hecho de atrapar algo es realmente imposible. Sólo hay palabras e imágenes que parecen aferrarse a lo que es inasible. Esta caída no se puede aprender. Es el des-aprendizaje de una muerte constante. Pero no hay nada morboso o triste en ello. Es una muerte del yo, una muerte del otro, una muerte de las cosas, una muerte del entendimiento, una muerte del aprendizaje. Y es ahí donde finalmente puedo vivir. Prosperar. En donde puedo seguir mi pasión sin saber exactamente hacia donde va y sin preocupación. En donde puedo permitir que las olas del entusiasmo me lleven hacia el siguiente momento, el cual será completamente nuevo. Donde puedo relacionarme plenamente con alguien más, precisamente porque no veo a ningún otro aquí. En esta muerte, en esta caída, todo es siempre nuevo. Siempre. Por eso la muerte es tan dulce. Porque deja espacio para lo nuevo. Lo aprendido nunca deja espacio para lo nuevo. Sólo deja espacio para más pensamientos, más aprendizaje, más búsqueda, más cansancio.
Ven, sígueme en esta caída. Sígueme, a pesar de que la sociedad asegure que se trata de una locura. Sígueme, incluso si tus miedos dicen “no.” Sígueme, incluso si lo que quieres es buscar. Sígueme, aunque tu corazón se vaya rompiendo a lo largo del camino. Sígueme al lugar en donde no hay tú ni yo. Sólo hay este momento, muriendo nuevamente, una y otra vez, haciendo espacio para el siguiente. Sígueme hasta la muerte que finalmente te deja vivir.
Scott Kiloby