El Absoluto, Dios, no es un posible objetivo de búsqueda porque no es objeto, porque es anterior a toda posible dicotomía entre sujeto y objeto o entre sujeto y sujeto.
No puede conseguirse como resultado de una búsqueda porque es incondicionado, Absoluto.
Absoluto quiere decir que están cortados todos los puentes con Él, todas las relaciones. Tampoco puede alcanzarse porque es inalcanzable.
Es Único, no tiene segundo con quien entrar en relación.
Por tanto, ni Dios es un objetivo, ni hay método o procedimiento para acceder a Él, ni es alcanzable. Todas estas actitudes e ideas suponen dos, y Él es el “sin segundo, el “no-dos”.
Hay que comprender, con toda claridad, el dilema que supone intentar alcanzar, desde las perspectivas de la dualidad, lo que es anterior a esa dicotomía.
Ese dilema sólo se soluciona con lucidez, no con empeño, ni con la rigidez de un método garantizado, porque no lo hay; sólo los necios creen tenerlo. Por las mismas razones, las expectativas de una experiencia no-dual resultan dualistas.
Así el camino a Dios, al Absoluto, es un “no-camino” porque no es nada que tenga la continuidad y eficacia de conducir de “a” a “b”.
Ninguna práctica religiosa, ritual u oración, o método, o acción desinteresada, o yoga, o zazen, puede provocar o conducir a la iluminación, a la liberación de la dualidad, a la unión con Dios, porque no es posible una relación de causa a efecto.
Quien no comprenda que la Vía es un “no-camino”, no hará más que afianzar la dualidad y barrarse el paso.
El valor relativo de todas las posibles prácticas y métodos es sólo apartar la mente y el sentir de sus preocupaciones con la diversidad de objetos y objetivos sensitivos y mentales para ayudarle a centrarse en la atención al Único.
El valor de todas las prácticas y procedimientos no es más que el valor del “intento”. En el seno del intento perseverante y continuado, se produce el despertar.