Nuestra mente está enfocada en las cosas, en los objetos y en las relaciones y dinámicas que se generan a través de esos objetos. Tenemos objetos sólidos como cuerpos-personas, animales, plantas, casas, árboles, trajes, comidas, ciudades y todo lo que podemos ver a nuestro alrededor, incluido nuestro cuerpo. Hay otros objetos que ya no tan sólidos como los pensamientos, las ideas, los conceptos, y también las creencias y las programaciones que hilan unos pensamientos con otros generando una infinita red de rutas de pensamientos. También están las emociones, químicos que se activan a través de los pensamientos y producen sensaciones en el cuerpo. Todo se interrelaciona formando un sentido de nosotros mismos, de los demás y de la vida y sus circunstancias.
Esta mente concreta basada en objetos, maneja procesos lineales, con tiempos pasado, presente y futuro, usa la memoria y fabrica historias alrededor de todos los objetos. Cuando se enfrenta a algo como el vacío o la nada, tiene dificultad para manejar algo que no puede clasificar como un “objeto”. Recurre a la memoria, a las referencias que posee y entonces trata de convertir el vacío o la nada en un objeto fijo y clasificable.
Y es así como para la mayoría de las personas el vacío, la nada, se transforma en un objeto al que se le asignan significados no muy amigables. Al pensar en nada o vacío, la mente concreta, dependiendo de sus memorias y referencias, comienza a calificar ese vacío/nada como: abandono, escasez, ausencia, apatía, desgano, soledad y hasta la muerte. Nadie quiere ser “tragado por el vacío”, “caer en el vacío”, “sentir un vacío”, “estar en un vacío”. Hay muchos juicios alrededor de “hacer nada”, y por supuesto, nadie quiere “ser nada” o “tener nada”.
Las memorias y referencias condicionadas transforman el vacío en un objeto temible que hay que sustituir y tapar con otros objetos que sean más seguros y nos alejen de esa temible “nada”. De hecho nos pasamos la vida sustituyendo el vacío con objetos. Hasta en detalles muy domésticos se observa esta compulsión de llenar el vacío… comemos o miramos la tv o salimos corriendo a llamar a un amigo si nos sentimos solos o no tenemos nada que hacer. Hasta cuando alguien nos pregunta algo y desconocemos la respuesta, pues inventamos algo, nos cuesta mucho decir honestamente “no se”. No saber es una especie de vacío que hay que llenar con lo que sea. Sin embargo el vacío, la nada, es clave.
En el vacío hay espacio, amplitud, potencial, en el vacío todo es posible, es inagotable y todo tiene permiso de ser y estar. El vacío todo lo abraza. Todo tiene permiso de estar, cambiar y de mutar en el vacío. El sabio Lao Tse nos dice: “Las paredes no son la casa. ¿Cómo vas a vivir en las paredes? Vives en el vacío, en lo hueco, no en las paredes. El vacío es la verdadera casa, el hogar”.
Pero claro, cuando la mente concreta piensa en la casa, piensa en la estructura que rodea al vacío y compara esas paredes con otras y claro no es lo mismo vivir en una choza que en un palacio. Pero se pasa por completo por alto que es el vacío el que te permite habitar la casa y convertirla en tu hogar. Las paredes están cristalizadas, solidificadas. El vacío permite todas las posibilidades de paredes y contenidos y al permitirlo, todas las mutaciones son posibles y fáciles.
Lo mismo sucede con nuestros pensamientos y puntos de vista. Existen gracias al vacío, al espacio que los contiene, y ese vacío les permite el cambio y la mutación. Pero si nos aferramos a nuestros pensamientos, a las ideas y conceptos y los cristalizamos, quedamos atrapados en ideas fijas, como quien queda atrapado entre paredes de una casa sin percibir el potencial mayor de hogar que confiere el vacío.
Acercarse al vacío requiere de una mente capaz de ir más allá de los objetos, de lo concreto, una mente que se abre al poder de todas las posibilidades y suelta los conceptos y condicionamientos cristalizados que la aprisionan. Implica la valentía de dejar de aferrarnos y permitir, como el vacío, la libertad a las creencias y los objetos y quedarnos, aunque sea un instante, en los brazos de lo que siempre está aquí y nos acepta sin condiciones.
Un impulso, un instante amistoso hacia el vacío, abre un camino de libertad y autenticidad en la mente que permite un cambio profundo hacia nuestra verdadera naturaleza, quizás sea al principio un cambio sutil, pero no tiene marcha atrás.
Verónica Hernández Simeonoff