El olvido y la rememoración del origen 5/5 (2)

«Lo que usted es ya lo es; simplemente, recuérdelo.» NISSARGADATTA. Yo soy eso

Experimentamos la ausencia de plenitud como algo antinatural porque nuestra naturaleza profunda es plenitud. Ahora bien, si somos en todo momento y en esencia esa plenitud, ¿por qué no la vivimos? ¿Por qué la experiencia cotidiana de tantas personas parece tan alejada de lo que afirman sobre nuestra naturaleza profunda muchas de las grandes tradiciones sapienciales?

Estas mismas enseñanzas responden a esa pregunta diciendo que es así porque hemos olvidado quiénes somos y vivi­mos sugestionados creyendo ser lo que no somos. Nos hemos identificado con ciertos contenidos de nuestra experiencia, nos hemos volcado en los objetos de conciencia, y hemos olvidado, obviado, nuestra propia fuente, al sujeto puro.

Numerosas metáforas, símbolos y mitos presentes en las distintas tradiciones de sabiduría han apuntado al olvido y al recuerdo de lo que somos, de nuestra naturaleza profunda. Estas metáforas no aluden a un olvido temporal, biográfico, horizontal, sino a un olvido y a un recuerdo verticales, de nuestro origen ontológico. Otras metáforas análogas, recurrentes en esas tra­diciones, son las del dormir y el despertar, pues olvidar nuestra verdadera identidad equivale a dormir, y recordar es despertar.

«Solo con un gran despertar se puede comprender el gran sueño que vivimos. Los estúpidos se creen muy despiertos.»

CHUANG Tzu. Chuang-Tzu

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«Encuentre qué es lo que nunca duerme y nunca despierta, y cuyo pálido reflejo es nuestro sentido del Yo.

P: ¿Qué he de hacer para encontrarlo?

N: ¿Cómo encuentra cualquier cosa? Poniendo el corazón y la mente en ello. Debe haber interés y recuerdo constantes.»

NISSARGADATTA. Yo soy eso

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«El dios me ha asignado a mí que no cese en absoluto durante el día entero de aguijonearos ( … ] . Supongamos que vosotros, enojados como los que, adormecidos, son despertados, me dais un golpe y me matáis ] … ] en este caso pasaríais el resto de vuestra vida durmiendo, a no ser que el dios, preocupado de vosotros, os enviase algún otro.»

SócRATES. Apologia

Este olvido, la pérdida de conexión consciente con nuestra plenitud originaria, también se simboliza tradicionalmente en otro mito: el de la pérdida del paraíso y el consiguiente anhelo del mismo, que no es otro que el anhelo de ser lo que realmente somos, de despertar a nuestra auténtica identidad.

Hemos olvidado quiénes somos porque vivimos sugestionados creyendo ser lo que no somos. Ahondaremos en esta última afirmación introduciendo reflexiones procedentes del ámbito de la psicología profunda, si bien orientadas a iluminar intui­ciones sobre nuestra identidad que trascienden el ámbito de la psicología. Tendremos presentes algunos de los desarrollos de autores como Antonio Blay y H.A. Almaas, ambos psicólogos transpersonales y filósofos por igual, que han contribuido a integrar aportaciones decísivas de la psicología del siglo xx con intuiciones centrales de las grandes tradiciones sapienciales y espirituales, contribuyendo, así, a un enfoque genuinamente integral de la tarea del autoconocimiento.

Todo se mueve, sostenía Heráclito. Todo es impermanente, afirma la tradición budista. El movimiento y el cambio parecen ser intrínsecos a la realidad fenoménica. Ahora bien, si observamos la vida en todas sus manifestaciones, incluida nuestra propia existencia, podemos constatar que ese movimiento no es arbitrario, sino que sigue una determinada dirección. ¿Cuál es la dirección o el sentido del movimiento de la vida? Esta dirección básicamente viene definida por el hecho de que todo -en el mundo inanimado, vegetal, animal y humano-­tiende a actualizar sus potencialidades específicas. Si planto una semilla, sé que de ella brotará un árbol determinado, y no otra cosa, pues dicha semilla contiene ese árbol en potencia, y tocio pulsa en ella, cuando cuenta con las condiciones ade­cuadas, por actualizarlo. Análogamente, en todos los niveles de la existencia todo avanza en la dirección definida por las posibilidades dinámicas latentes en cada realidad. La vida es un proceso creativo que sigue unos determinados cauces; com­porta una constante actualización de formas y posibilidades latentes que pugnan por expresarse y alcanzar un creciente grado de complejidad. Parece que la esencia de la vida consiste en anhelar más vida, una vida más intensa y plena.

«El fin de la vida es el pleno desenvolvimiento. Estarnos aquí para realizar nuestra naturaleza plenamente.»

OscAR Wn.DF., El retrato de Dorian Gray

El mundo natural expresa ineludiblemente esa dirección o movimiento inteligente de la Vida. Los planetas se desplazan en su movimiento orbital siguiendo ritmos exactos, la semilla llega a ser un frondoso árbol, el capullo se abre en flor en el momento justo, y ellos no precisan hacer nada por sí mismos para que así suceda. Pero el ser humano tiene, en el concierto cósmico, una posición peculiar frente a las otras formas de vida. Puesto que es autoconsciente, no se limita a ser un cauce automático del obrar de la Vida, el que le empuja a actualizar sus posibilidades latentes, sino que puede saberse partícipe de ese movimiento creativo y colaborar conscientemente con él. En otras palabras, el ser humano puede crear, crearse a sí mismo o, más propiamente, cocrear, pues, si bien despliega conscientemente sus posibilidades, no depende de él elegir es­tas últimas, es decir, en ningún caso es el creador de su propio potencial. Su potencial y el anhelo que le incita a actualizarlo le vienen dados.

En palabras de Schopenhauer, el ser humano puede hacer lo que quiere, pero no elige querer lo que quiere.

Como la vida ya tiene una dirección o sentido, que no es distinto de la dinámica misma de la vida, es cuando nos ajustamos con esa dirección cuando saboreamos el sentido de la vida. Cuando actualizamos nuestro potencial específico, cuando movilizamos y desarrollamos nuestras mejores y más propias posibilidades, cuando crecemos, experimentamos una sensación subjetiva de sentido, de plenitud, de realización. «La alegría -afinna Baruch Spinoza en su Ética- es el paso del ser humano de una menor a una mayor perfección.»

Podemos distinguir, pues, entre nuestra plenitud esencial, la que siempre somos en nuestra raíz y saboreamos en los estados esenciales, y la plenitud o felicidad existencial, aquella que acompaña a la conciencia de estar afirmando y desplegando nuestras cualídades básicas en nuestra existencia concreta.

La alegría existencial equivale, por tanto, a la conciencia íntima de estar creciendo.

Hay personas que, aun en medio de cir­cunstancias difíciles y limitadas, sienten que están movilizando sus recursos interiores, conociéndose mejor, desplegándose, y experimentan que su vida tiene sentido, aunque conozcan el dolor. Por el contrario, hay quienes han alcanzado circunstan­cias envidiables por ellos mismos deseadas, pero han dejado de crecer interiormente, y se preguntan, sin obtener respuesta, por el sentido de sus vidas.

Con respecto a cuál es el potencial que especifica al ser humano, ya señalamos que está constituido por tres cualidades básicas reconocidas universalmente: ser/energía/voluntad, in­teligencia/conciencia, amor/felicidad.3 En la capacidad de dar respuestas de tipo energético-volitivo, cognitivo y afectivo se compendian nuestras potencialidades específicas.

También los animales dan respuestas energéticas (juegan, luchan para sobrevivir y defenderse, etcétera), respuestas cog­nitivas (por las que perciben el entorno y a sí mismos) y res­puestas afectivas (sienten afecto y, por ejemplo, si han comido, se sienten plácidamente satisfechos). Pero hay una amplia variedad de expresiones creativas, cognitivas y afectivas que son específicamente humanas. Solo el ser humano busca el conocimiento por el conocimiento y se pregunta por la verdad de las cosas (hace ciencia y filosofía); crea objetos bellos y bus­ca la belleza en sí (hace arte y se consagra a la contemplación de la belleza); indaga en los principios de la acción justa y se pregunta por el bien común ( elabora códigos éticos y para el bien colectivo); es consciente de su propio ser y se interroga por el ser de las cosas (tiene inquietudes metafísicas); y anhela lo absoluto (cultiva la espiritualidad). Las mejores y más pro­pias posibilidades humanas son las que se ordenan a la verdad, a la belleza y al bien. Las vidas humanas que orbitan priorita­riamente en tomo al bienestar, a las condiciones materiales de vida, a la seguridad o a la obtención de placeres diversos, aún no han trascendido su dimensión biológica, no han movilizado sus mejores posibilidades, por muy sofisticados que sean los medios con los que se intenta alcanzar esos objetivos.

La palabra «actualización» comporta que nuestro creci­miento sigue una dirección muy concreta: de dentro hacia fue­ra. En otras palabras, nuestro desarrollo no es el resultado de lo que adquirimos, sino de nuestras propias respuestas activas.

No nos otorga plenitud lo que incorporamos, lo que poseemos, lo que tenemos, lo que nos viene del exterior, sino lo que somos y expresamos, lo que movilizamos activamente, las respuestas actualizadoras que damos ante las distintas situaciones.

Esto último contradice una creencia muy extendida: la de que La plenitud nos viene en buena medida de fuera; la de que son nuestras circunstancias y las personas con las que nos relacionamos nuestra principal fuente de motivación, se­guridad, orientación, energía, amor y sentido. Pero, por más que ciertos vínculos y circunstancias constituyan una ayuda y un estímulo inestimables en nuestro desarrollo, no suplen nuestra propia respuesta activa y, por lo tanto, no son la causa directa del mismo. Unas pesas nos ayudan a desarrollar nuestra musculatura, pero La causa inmediata de este crecimiento no son las pesas, sino La respuesta que da nuestro organismo para vencer esa resistencia. Análogamente, no nos colma el amor que recibimos, sino el que sentimos y damos. No incrementa nuestra inteligencia la información que incorporamos, sino la asimilación activa que hacemos de la misma, el desarrollo de nuestra capacidad de discernir y de ver por nosotros mismos. No incrementa nuestra voluntad y nuestra energía psíquica la presencia de situaciones estimulantes, sino nuestra capacidad de perseverar en la fidelidad a nuestra verdad profunda, sean cuales sean nuestras circunstancias. Etcétera.

Esto es una buena noticia. Nuestro desarrollo y realización nunca dejan de estar en nuestras manos. Siempre, incluso en medio de circunstancias difíciles o restringidas, podemos ser dueños de nuestras respuestas, causa en lugar de efecto. Siempre, en cualquier circunstancia, podemos crecer, movilizar lo mejor de nosotros mismos, nuestra capacidad de comprender, de amar y de crear, no porque el exterior lo justifique o lo provoque, sino como el Sol irradia su luz, porque eso es lo que somos, como un acto de expresión incondicional de nuestra verdadera naturaleza.

Monica Caballé – El arte de Ser

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