Entender el KARMA desde el punto de vista oriental 5/5 (1)

EL KARMA, EXPRESIÓN DE UNA ÉTICA SIN LÍMITES

 

Estudiante: El concepto de karma lo interpreto como la ley de compensación, donde cualquier acción realizada genera una conse­cuencia buena o mala. Tal como sea la naturaleza correcta o inco­rrecta de la acción, así será el resultado final.

 

Sesha: Precisamente esa interpretación de corte teosófi­co es la más conocida. Sin embargo, tal definición no deja de ser un tanto simplista y no denota las inmensas apreciacio­nes metafísicas que contiene el concepto que las tradiciones orientales denominan como karma. La concepción de karma como ley de causa y efecto, o de acción y reacción, se ha resistido durante muchos años a ser esclarecida. Son innu­merables los autores esotéricos que una y otra vez recaen en el error de interpretar karma como una ley de premio y castigo. Así, y según esta definición, de acuerdo a la natu­raleza de la causa se obtiene por karma una consecuencia de similar índole.

Desde la perspectiva previamente señalada, es imposi­ble afirmar la existencia de una moral universal, razón por la cual la interpretación del karma como ente moral que casti­ga o premia es completamente infantil. Dicha definición está imbuida de una moral clerical francamente pueril.

Trasladar conceptos de una tradición a otra requiere explicarlos en su totalidad y así no deformarlos con la adaptación que obliga a encasillarlos a las propias conveniencias occidentales.

Dentro de la tradición occidental a la divinidad se le otor­ga dirimir o premiar cualquier acto que se realice; bien, ahora pregúntese, ¿ qué ente superior es quien aprecia finalmente si una acción ha de tener una consecuencia buena o mala?

E: Ha de ser Dios quien finalmente determine la naturaleza de la consecuencia de un acto dependiendo de la causa que lo generó.

S: ¿ Y dónde se aclaran los cánones sobre los cuales supuestamente Dios determina en justicia los actos realizados por los hombres?

E: En las escrituras sagradas … me imagino. Supongo tendrá Dios sus razones para decir una u otra cosa cuando emite justicia de los actos humanos.

S: Su manera de pensar es un tanto primaria. Usted no se ve a sí mismo como expresión de Dios, sino que ve a Dios como una expresión suya; esto es, no se ve semejante a Dios, sino que ve a Dios semejante a usted. Dígame, ¿por qué razón la ley humana difiere tanto de la divina si es de suponer, tal como dijo anteriormente, que tener escrita la ley divina favo­rece su entendimiento?

E: No creo que la ley divina se equivoque, simplemente la interpretación humana es errada …

S: Entonces, usted afirma que la ley divina puede ser interpretada equívocamente, o tal vez quiera decir que la ley divina no coincide con los cánones prescritos actualmente.

E: Usted tiene una manera de ver las cosas en la cual siempre devuelve la pregunta.

S: El cómo pregunte no es fundamental ahora; por favor, intente responder a la inquietud planteada.

E: Pues, en verdad, no sé responderle. La relación aparente­mente de ilación que debería de haber entre la ley divina existente en las escrituras y las leyes humanas no se da en la práctica. La discordancia puede deberse a una posible interpretación errónea. Al parecer la solución al dilema es un círculo vicioso que lleva a una sin salida.

S: Pregunto nuevamente, ¿qué ente cree usted que deter­mina finalmente la naturaleza de la consecuencia dependien­do de la causa?

E: Pues, si no es Dios, ¿quién?

S: ¿ Usted realmente piensa que la divinidad anda pen­diente de cada quién juzgando el pormenor de cada acto rea­lizado para posteriormente dictar justicia al sujeto actuante? Los animales también actúan, entonces ¿está Dios detrás de sus actos instintivos para juzgar debidamente sus conse­cuencias? Y los actos de la naturaleza, como las inundacio­nes o un cometa que al entrar en la atmósfera es capaz de modificar el orden de vida impuesto, ¿también en este caso está Dios detrás de cada acto de su creación condenando o absolviendo?

E: Pero, y si no, ¿de qué otra manera puede interpretarse la justicia divina?

S: ¿ Y qué ocurriría para quienes no creen en una for­ma específica del Dios justiciero que premia a los buenos y castiga a los malos? ¿Acaso, entonces, para estas personas incrédulas, para los animales de mente instintiva o para las violentas e inexplicables fuerzas de la naturaleza, el universo mismo se movería en el azar ético?

E: No sé. Tal vez existirá una ética natural basada en algún proceso desconocido …

S: ¿Algún tipo de proceso desconocido … ?

E: Bueno, es una manera de decirlo …

S: Entonces, ¿es culpa de ese proceso desconocido la causa de las guerras, la enfermedad, la violencia destructora de los elementos naturales y de toda clase de situaciones que sobrepasan el ámbito humano?

E: El egoísmo humano también es responsable de muchos de esos desastres.

S: ¿ Y cómo medir el nivel de egoísmo para así determi­nar la consecuencia del acto y, por lo tanto, justificar o no la validez de las reacciones?

E: Francamente llegamos siempre a lo mismo. La única posi­bilidad teórica de resolver el problema radica en la potestad divina; sin embargo, es un control abstracto e inentendible en sus bases.

S: Exactamente; por ello, encontrar una moral universal es un dilema sin salida; no existe un elemento que a juicio de todos merezca ser una referencia clara y absoluta de la acción. La salida propuesta por el Vedanta difiere completa­mente de las hipótesis previstas por los sistemas de pensa­miento occidentales. El mecanismo ético operante asociado a la acción no ha de buscarse bajo la polaridad que se ofrece entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, pues allí media inexorablemente lo relativo y surge el conflicto de lo desco­nocido. Sucumbir ante la fe impuesta por una determinada postura religiosa hacia las escrituras es una salida interesan­te pero finalmente muy pobre. Ayuda tan solo a los pocos que creen en ella. Dicha normatividad se justifica en el afán de crear una concordia que se basa en el temor, el castigo o el pecado.

E: ¿Cómo, entonces, se plantea una solución adecuada al dile­ma de la imposibilidad de una moral universal?

S: Parte de la solución estriba en el concepto karma. Es muy importante acotar que el karma no posee ninguna conno­tación ética, sino que más bien es una herramienta que per­mite entender el proceso de continuidad dual del universo en sus diversas esferas de existencia. El karma está definitiva­mente unido al concepto “dualidad”. El karma tiene sentido y actúa siempre sólo si existe, desde el punto de vista cognitivo, una relación claramente diferenciada de objeto y sujeto.

Ha de entenderse, en primera instancia, que existe una estrecha relación entre karma y cognición. Dicha relación nos permite crear un puente entre ética y epistemología. Finalmente, desde la perspectiva del Vedanta, la teoría del conocimiento está impregnada de la condición propia del dharma y de karma. La acción tiene una relación con su inter­pretación mental. Los mundos kármicos únicamente flore­cen en estratos mentales donde exista sentido de “yo”.

El sentido del “yo” es la pieza fundamental en el anda­miaje del karma.

Se denomina karma a la relación fundamen­tal que crea, en un mundo dual, el sentido de relación entre causa y efecto. Sin embargo, el karma busca esencialmente mantener el sentido cognitivo de dualidad, impulsando la perdurabilidad del “yo”. La razón esencial de la causalidad es promover el sentido de existencia individual en las conse­cuencias de los actos realizados, es decir, la perdurabilidad del “yo” es la razón de ser del karma. Por lo tanto, el karma no castiga ni premia, simplemente permite el desenvolvimien­to espacial y temporal del universo dual. En dicho universo dual existen como elementos constitutivos fundamentales sujeto y objeto. La predominancia del sujeto y su sentido de continuidad es la base de un universo dual.

El karma no concede ninguna importancia a la acción; ni siquiera a las buenas o malas obras. El encadenamiento que el sujeto advierte por identificación a la acción es la razón de ser de su propia existencia personal e individual. Sin dicho encadenamiento no existiría “yo”, personalidad, o sujeto alguno consciente e independiente de lo conocido.

Retirando el encadenamiento que se advierte por la errónea creencia de la existencia independiente del “yo”, el universo dual que se percibe se colapsa y da inicio a la percepción No-dual de la realidad.

Ninguna acción buena experimentada con sentido de “hacedor” lleva a la experien­cia No-dual. Todo acto realizado por quien se estima “hace­dor” y “propietario” de la acción genera encadenamiento con la consecuencia de dicho acto. La perdurabilidad del encadenamiento genera samsara, y con él la continua y cíclica dualidad del placer y el dolor.

E: ¿Podría ampliar su explicación anterior?

S: Desde siempre todos los grandes pensadores han intentado aclarar el misterio de la creación. La dificultad de comprender cómo nacen la creación y la vida a nivel indivi­dual del absoluto amorfo es el misterio más resguardado por la naturaleza misma. Para solucionar este dilema, el Vedanta incluye en su terminología el concepto de maya.

Sin embargo, no todas las inquietudes terminan aquí.

Aparte del proceso cosmológico y cosmogónico queda por dilucidar cómo la creación ya concebida logra perdurar y mantener su rol de existencia casi perpetuo. Es así como se introduce el término karma para intentar dar claridad a la continuidad en el tiempo y el espacio, donde los diversos elementos constitutivos se diferencian en objetos y sujeto. Es el karma quien resume el mecanismo que debe estudiarse para entender todo lo referente a las diversas maneras en que los objetos existentes se relacionan entre sí, generando entre ellos mutua permanencia en el tiempo y diferenciación en el espacio.

Pero, además, aunque las preguntas sobre la causa de la creación y su continuidad permanecen sin solución, se plantea una nueva: ¿cómo el universo individual ha de disol­verse en su matriz primigenia, que es el absoluto amorfo e indefinible? La solución deviene con el estudio del concepto samadhi'”,

Es así que las preguntas sobre “de dónde venimos”, “qué somos” y “a dónde vamos”, son el mayor tormento sobre los cuales la mente humana intenta profundizar y entender.

E: ¿ Cómo opera el karma?

S: El karma entreteje todos los acontecimientos como cau­sales generando un ciclo incesante y continuo de nacimiento. El karma sólo opera en mundos duales, es decir, en aquellos donde existe un sujeto, que actúa con apetencia de fruto y sentido de yoidad, y objetos diferenciados que exis­ten independientes del sujeto.

Occidente sólo analiza mundos duales, razón por la cual su modelo de universo es exclusivamente causal. El univer­so surge en el Bing Bang, la gran explosión inicial en la que la materia adopta las condiciones para evolucionar y crear vida. Desde la perspectiva científica el universo es siempre causal y todos sus elementos creados están entremezclados. La vida es una conjugación de infinitas variables interdepen­dientes que evolucionan hacia un tipo de perfección aún no muy entendible.

Sin embargo, la esencia del karma no es el sentido de cau­salidad en los eventos materiales ni en las fuerzas constituti­vas del universo, como por ejemplo sí lo es la descripción de la segunda ley de Newton que habla de acción y reacción. El karma tiene más que ver con el sentido de encadenamiento causal que hay entre un sujeto que actúa y las consecuencias finales de sus actos. Dicho acto y su consecuencia son una actividad que puede acontecer en el plano físico o mental. Aquella frase que coloquialmente se comenta: “toda acción lleva una reacción” es una muy pobre apreciación que define la naturaleza del karma. El karma tiene que ver con la relación sujeto-objeto, y específicamente con las condiciones para que dicha dualidad permanezca. Mientras la acción, cualquie­ra que sea esta, lleve al sujeto a permanecer siendo sujeto y reconocerse diferenciado de los objetos, entonces la acción produce karma respecto a la consecuencia generada. La esen­cia final es la permanencia del sentido de individualidad y, por lo tanto, de una comprensión dual del universo. Mien­tras exista karma, perdura el sentido del “yo”.

El mundo dual está ligado por las repercusiones kármi­cas. Insistimos una vez más; una acción produce karma cuan­do es realizada bajo dos circunstancias: sentido de pertenen­cia o egoencia en la acción y apetencia del resultado de la acción. Por lo tanto, lo que relaciona causa y efecto no es una caracterización moral sino la identificación por el fruto de la acción y todo acto realizado con cualquier mira egoísta.

Resumiendo, diremos que existe la posibilidad de reali­zar cualquier tipo de acción física o mental sin generar karma. A esta forma excepcional de actuación de un sujeto le deno­minarnos dharma.

La permanente acción dhármica reestruc­tura la forma de cognición del actor llevándolo a una nueva percepción de la realidad, donde la condición dual se desdi­buja y nacen diversos estados de conciencia cuyo culmen es la no-dualidad. Para experimentar la cognición No-dual es prerrequisito desalojar el sentido del “yo” de la cognición. Desalojar el sentido del “yo” de la cognición no implica la disolución de la realidad dual, sino una nueva interpretación de lo existente a la luz de los nuevos estados de conciencia que aparecen. Dichos estados de conciencia que emergen ante la disolución de la naturaleza egoica son: Observación, Concentración y Meditación.

En los mundos duales kárrnicos no hay libertad de acción ni libre albedrío, pues las consecuencias quedan implícitas en las acciones mismas que realizarnos y sumergidas en la espera de un futuro marco ternporo-espacial para emerger. En los mundos kárrnicos la fuerza de voluntad del sujeto no puede cambiar las consecuencias que deben acontecer por karma. En los mundos akárrnicos, esto es sin karma, no existe un sujeto tal como usted se reconoce a sí mismo mientras piensa; allí la relación sujeto-objeto no se establece como nor­malmente suele ver e interpretar el mundo.

E: ¿A qué se refiere con que ningún acto que aparece es libre?, ¿acaso al libre albedrío?

S: Desde el dharma, como nuevo modelo de pensamiento ético, no existe un supuesto y preexistente parámetro deno­minado “bondad” respecto a otro llamado “maldad”. Tam­poco cualquier acción se ajusta ni se cataloga entre las infini­tas posibilidades que rondan entre los extremos de nuestras creencias morales.

Toda acción es por sí misma neutra, ella no tiene con­dicionamiento alguno. Su naturaleza es tan sólo actividad, mas no moralidad. Sin embargo, el maravilloso misterio de la vida dual estriba en que una tras otra las acciones interac­túan y se asocian por la falsa identificación del individuo de sentirse actor y por la apetencia por el resultado de la acción.

La magia de este nuevo modelo ético-dhármico radi­ca en que la realización de cualquier acción física o men­tal induce automáticamente una consecuencia posterior en tiempo y espacio sólo y únicamente si el sujeto realiza el acto por errónea identificación con ella. Es en ese mismo instan­te cuando el futuro aparece como ente potencial, antes no.

El anhelo mismo de futuro impreso en el acto realizado por la inclusión egoica de la búsqueda del resultado, crea una potencial continuidad temporal y espacial que otorga preva­lencia al sujeto dual. Por ello, toda acción kármica eterniza al sujeto, al ente egoico, gracias a que la acción se relaciona con el resultado de esta y en ambas está inmerso el sujeto.

Desde este modelo oriental, ninguna consecuencia de la representación dual de la cognición aparece siendo inde­pendiente de un pasado específico y ninguna acción es libre de un pasado lejano o cercano. Los actos presenciales no los creamos, simplemente suceden; el universo reacciona por el hecho de ser consciente y estar vivo. En ese juego de ilimita­das probabilidades de acción, el sujeto simplemente se cree, por error, dueño de la acción que realiza.

En definitiva: la fal­sa creencia de asumir que él hace la acción le lleva a vivir en un universo cognitivo de acciones y consecuencias que lle­van a sostener su propia valoración personal. Así, aplicado el sujeto en realizar una y otra vez acciones, y debido a la falsa identificación que opera en su mente, proyecta un tipo de vida encadenada a un futuro cíclico denominado samsara63

E: Si no existe un presente independiente ¿ cómo opera la libertad?

S: Para usted no existe acto alguno independiente de su pasado. Todo suceso actual que vive es necesariamente con­secuencia de causas pretéritas. Sin embargo, se cree eligiendo entre una y otra situación cualquiera, cuando en el fondo ese acontecer aparece espontáneamente como consecuencia de una causa tal vez lejana o cercana en el tiempo.

Usted no actúa con libertad, pues siempre está condicio­nado por la cultura o por su propia herencia genética. No es libre de sí mismo, pues cuando se enfrenta a cualquier suceso ya está de base condenado a reaccionar por sus propios hábi­tos conscientes o instintivos. La creencia de que usted mismo tiene libertad de acción no es más que un hábito de creer que posee libertad. Note cómo en sueños también realiza accio­nes, cuando el mundo onírico no es más que una proyección dual de su propia mente. En los sueños usted no crea nada; inmerso en ellos cree que decide, y lo hace tan sólo por sus propios condicionamientos conscientes o inconscientes.

Usted se cree libre, pero es presa a todo momento de sus pensamientos. Ellos aparecen pese a su voluntad. ¿ Cree que si decide dejar de pensar puede hacerlo? Los pensamientos que procesa por voluntad son producto de sus intereses, de sus necesidades y condicionamientos corrientes; en cambio los pensamientos que emergen a la esfera de su conciencia y que no puede controlar hacen parte de sus hábitos de descon­trol que ya tiene activados como condicionamientos sociales, culturales, personales o hereditarios.

Usted no es libre, pero se piensa libre. Cierto que pen­sarse libre no tiene que ver con serlo realmente, pero no tiene más opciones. Por más voluntad que tenga sólo ocurrirá lo que por karma deba acontecer entre usted y la causa de los actos perdidos en la noche de los tiempos, que en este mis­mo instante se actualizan como consecuencia y a los cuales responde con los mismos hábitos forjados en la misma noche de los tiempos.

Usted ve el mundo dual siempre diferenciado. De él se alimentó mientras creció y así lo verá hasta morir. Su sali­da no es actuar de forma moral, su salida es dejar de ser un “yo”. Establecer una forma de cognición donde aquí y ahora realice acciones encadenadas a causas previas y no genere karma mientras actúa. Cuando logre esto gracias a una ade­cuada educación de la mente, podrá ver la información que constituye el universo bajo una nueva óptica. En dicha nueva óptica existirán objetos y sujetos, pero quien conoce, quien comprende la realidad, no plantea sentido de diferencia entre conocedor y conocido; son los terrenos de la no-dualidad.

Libro: El sendero del Dharma

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