La vida es hermosa. Pero no nos damos cuenta. Nos la pasamos esperando que llegue algo que la hará feliz. Y, esperando ese algo, que nunca llega, aunque miles de veces parece próximo, se nos pasa y se nos acaba sin habernos proporcionado ese momento de felicidad. Curiosamente, sólo hallamos atisbos de plenitud y de dicha recordando momentos pasados, que entonces no nos parecieron especialmente felices, o imaginando momentos futuros, adornados con toda suerte de circunstancias deseables.
Sin embargo, ni el pasado ni el futuro existen. Y, por tanto, la felicidad que pueden proporcionarnos es una felicidad artificial, de ficción y que no acaba de satisfacernos. Pero, ¿qué hacemos con el presente? Desgraciadamente, se nos escurre entre los dedos sin que nos paremos a estudiarlo, de tan preocupados como estamos por ese momento feliz, tan esperado y que, no sé por qué misteriosa razón, ubicamos siempre en el futuro. Tratemos, desde hoy, sin embargo, de mirar al presente, ese presente que siempre está ante nosotros, en nosotros, y puede que nos llevemos una grata sorpresa. Porque, mientras nos sentimos desgraciados, el mundo que nos rodea está preñado de belleza, de armonía, de gracia, de equilibrio, de música, de felicidad…Y, mientras, ciegos a todo menos a nuestro egoísmo, nosotros lamentamos cualquier contratiempo, a nuestro alrededor cantan los pajarillos y las plantas abren sus capullos y ríen los niños y el sol transforma en diamantes las gotas de rocío y las nubes dibujan mil figuras en el cielo y la mar arrulla continuamente a la playa adormecida y las mariposas adornan el cielo y las flores lo llenan todo con sus aromas…Y nosotros, ciegos y sordos y ajenos a todo, excepto a nuestra fantasía egoísta, no vemos nada ni oímos nada ni percibimos nada y nos sentimos solos y olvidados y desamparados y desgraciados, en medio de la dicha y la plenitud y la alegría y la vida, que lo llenan todo, que lo constituyen todo…
¿Por qué no damos un frenazo en esa estúpida huida hacia delante en que hemos convertido nuestra existencia, y disfrutamos la belleza y la plenitud y la armonía de que está repleto cada instante? Es sólo cuestión de intentarlo, de mirar dentro de las cosas y dentro de nosotros mismos, y pronto veremos la mano de Dios que, incesantemente, vela por nosotros, nos ayuda, nos acaricia, nos protege y nos empuja suavemente hacia delante posada en nuestro hombro… Cada instante, pues, cada persona, cada animal, cada ser, cada acontecimiento, están llenos de vida, de luz y de amor. Sólo tenemos que mirar, y veremos. Y dejaremos de sentirnos desgraciados. Y de esperar ese momento en que nos llegará la felicidad que ya tenemos y que no habíamos aprendido a ver ni a disfrutar.
Francisco Manuel Nácher