Hemos dicho que la realidad esencial del universo es lo Absoluto y que la realidad aparente es el desglosamiento temporal de la Atemporalidad interior. Hemos visto también cómo el hombre, al identificarse con el cuerpo, absolutiza lo relativo y olvida su plenitud esencial. Tomadas las cosas de esta manera, si consideramos al hombre en su Realidad absoluta, al ser él mismo la totalidad del universo, al no haber nada exterior a él que le condicione, habremos de afirmar que es completamente libre, es más, que es la mismísima Libertad. Pero, sin embargo, si consideramos al humano en su aspecto externo ―parcial, individual, limitado― habremos de entenderlo como una marioneta con un sinfín de hilos condicionantes. Y es que la verdadera libertad consiste en estar libre de la noción de sí mismo como un ser independiente y separado de todo lo demás. Como dice Vimala Thakar: “sólo lo que no tiene forma carece de limitaciones; sólo lo que no tiene forma es absolutamente libre. En el momento en que hay una forma, existe una limitación sobre la libertad”. La libertad reside en la ausencia de ego. Por eso “mi” libertad es esclavitud, ya que es nuestro yo ―es decir, lo que creemos ser― lo que no nos permite ser libres. Sólo cuando ese “yo” no esté, podrá descubrirse la libertad real.
Querernos decir con esto que el hecho de la creación no fue un suceso aislado y remoto en la noche de los tiempos, sino que, permanentemente, todas las cosas y situaciones están surgiendo de ese mismo y único orden implicado que constituye la realidad más íntima de todo el universo. La Totalidad es, pues, el único autor de todos y cada uno de los sucesos de la historia, y, desde esta perspectiva, no cabe hablar realmente de seres aislados, independientes y libres a los que atribuir méritos o culpas.
Los sistemas que se auto-organizan tienen un cierto grado de autonomía, que suele aumentar con la complejidad y llega a su punto culminante en los seres humanos.
Esta creciente autonomía significa que el funcionamiento de los sistemas altamente complejos está dotado de una “pauta interna”, y que, por tanto, no es simplemente “reactivo” a estímulos externos ―sus transformaciones no se explican exclusivamente por cambios de su medio ambiente, físico o cultural―, sino que es también “activo” o “creativo”. Así, por ejemplo, el cerebro humano es un sistema complejísimo, altamente no lineal y, por tanto, sujeto a comportamiento caótico. Su extrema sensibilidad a las condiciones iniciales le dota de una sorprendente y fantástica creatividad, al ser un instrumento enormemente capaz de detectar y amplificar las más débiles fluctuaciones que suceden en el caos originario que subyace en cada instante. Pero, fijémonos bien, esta relativa autonomía de los sistemas complejos no significa que haya un sujeto independiente y libre del resto del universo que actúe sin ningún condicionante, sino que, al contrario, quiere decir que esos sistemas se encuentran muy abiertos y flexibles ante las sugerencias de la Totalidad. Porque, como decimos, el único Sujeto del universo es esa Realidad holográfica que manifiesta el todo en cada parte y, por eso, las tradiciones místicas exhortan a sus discípulos a ir más allá de la noción de un yo aislado y a tomar consciencia de que somos inseparables de la totalidad del cosmos.
Sólo si nos descubrimos como el conjunto del universo, al no haber entonces ninguna influencia externa, podremos ser realmente espontáneos y libres.
El planteamiento que estamos haciendo sobre la libertad coincide con el enfoque de las tradiciones orientales y también con el mensaje cristiano original. Jesús decía: “conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres-; es decir, el “hombre viejo’, no es libre, sino que alcanza la Libertad cuando descubre la Verdad. Pablo insiste una y otra vez en la esclavitud a que estamos sometidos por el “pecado”, y también dice que ni siquiera podemos nosotros elegir el camino hacia el bien, sino que Dios “nos escoge en el seno de nuestra madre”, “antes de que nazcamos”, “nos elige de antemano, según su previo designio”, y “no por nuestras obras”, porque “Dios tiene misericordia de quien quiere y endurece a quien quiere”; afirma también que “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece”, que “a esto habíamos sido destinados, conforme al proyecto de Aquél que activa el universo según su plan y designio”; por eso decía Jesús: “no me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros y os destiné a que os pongais en camino y deis fruto”.
Afirmaba Sri Aurobindo que no hay libertad o determinismo, sino que hay libertad y un gran número de determinismos; estamos sometidos a una serie de “determinismos superpuestos” ―físico, vital , mental y más alto―, y el determinismo de cada plano puede modificar o anular el determinismo del plano inmediatamente inferior; la libertad consiste en pasar a un plano superior, y al final tocará la Tierra el Determinismo supremo que es la Libertad suprema y la Realización perfecta. Y en el mismo sentido decía Ramana Maharshi: “quienes conocen al Yo como origen único del destino y del libre albedrío, están libres de ambos”. Destino y voluntad son dos expresiones complementarias de una misma dinámica eterna y univesal; lo que se llama destino en el mundo externo ―lo objetivo― es voluntad en el interno ―lo subjetivo―, pero uno y lo otro ―lo objetivo y lo subjetivo― son uno solo desde la Totalidad.
Al igual que desde la perspectiva del holomovimiento hemos dicho que la Totalidad y la parte quedaban dinámicamente unificadas, ahora, por la misma razón, habremos de unificar también la Libertad y la necesidad. Esta idea coincide con la afirmación de Spinoza de que la libertad de la acción divina consiste precisamente en su necesidad, o sea, en su perfecta conformidad con su propia naturaleza. O con la idea de los estoicos de que la libertad del sabio no consiste más que en conformarse al orden del mundo. O con la propuesta de Jaspers de que la libertad coincide con la necesidad de la situación: “mi yo es idéntico al lugar de la realidad en que me encuentro”; el hombre no puede sustraerse a su propia situación: es esta situación. Los seres humanos sólo dejan de ser factores contingentes de la historia, cuando se proponen directamente la realización de la necesidad. Sólo realizando la necesidad ―la ley universal del desarrollo― se hacen libres. El reconocimiento de la necesidad y de la libertad se identifican.
Nos encontramos de nuevo con la tensión dialéctica entre nuestra Esencia interior ―somos la Libertad absoluta― y nuestra manifestación externa ―nos identificamos con la esclavitud de lo relativo.
Toda la evolución del universo podemos verla como un proceso de paulatina actualización de la Libertad; hasta que no nos comprendamos como el único Señor del universo, hasta que no percibamos nuestra Voluntad como la única Causa de todos los sucesos, seguiremos siendo esclavos, seguiremos sin ser verdaderamente libres.
Fácilmente se puede ver cómo en nuestra manifestación humana actual existe una completa falta de libertad real; tenemos condicionantes materiales, biológicos, psicológicos, sociológicos, culturales, espirituales; somos una pura respuesta a un cúmulo de fuerzas que actúan sobre nosotros, somos la resultante de todos los campos energéticos, en sus múltiples niveles de expresión, sobre este aquí-ahora, somos una pura imagen que fluye en el devenir según el inexorable proceso que nos subyace y nos envuelve. Decía Spinoza que lo que el vulgo llama libertad, no es una iniciativa y elección imposible, sino una ilusión ocasionada simplemente por la ignorancia de las causas que determinan un cierto evento.
Utilizando el lenguaje religioso tradicional, puede decirse que todo es Voluntad divina, que todo es Providencia, que no existe nada fuera de Eso. Pero Yo-soy-Eso, no existe nada fuera de Mí, sólo sucede mi Voluntad.
Es frecuente que frente a enfoques de este tipo, sin analizar el tema demasiado a fondo, muchas personas piensen que esta idea invita al conformismo fatalista, porque “si todo está escrito, ¿para qué voy a molestarme?”. La conclusión debería ser, sin embargo, exactamente la contraria, porque ese único Autor que lo hace todo en todos, esa única Totalidad de la que surgen todas las cosas, es nuestro Yo real, es decir, que esa Totalidad no actúa “sobre” nosotros, sino “a través” nuestro, no somos peleles en manos de un Destino ajeno, sino que somos, en esencia, la única Causa de todos los sucesos. Como dice Raimon Panikkar: “ni somos esclavos del destino ni el destino está en nuestras manos, sino que nosotros mismos somos las manos del destino”. Superando, pues, el dualismo de “libertad o destino”, deberemos “ocupamos” de todo, sin “preocuparnos” por nada, sin temer por los resultados, ante la comprensión profunda del Sentido de todos los acontecimientos.
También es frecuente oír que planteamientos de este tipo son motivados por actitudes temerosas ante la inseguridad de un futuro incierto, o por simple miedo a la libertad. Es muy probable que frecuentemente se den estas motivaciones, pero tomado en su sentido radical, habría que decir de nuevo exactamente lo contrario. El ego es el pasado, la memoria, y por tanto, querer actuar autónomamente desde ahí, no es más que agarrarse desesperadamente a lo viejo conocido, lo que nunca podrá traer la novedad. Sin embargo nuestra invitación a trascender nuestro personaje egocentrado y abrirnos confiadamente a una Totalidad que nos trae una y otra vez ―aceleradamente― perspectivas novedosas es, de hecho, una invitación permanente a la muerte, de instante en instante, y para ello, aquí sí, hacen falta grandes dosis de valor. En la aventura de la consciencia, como dicen los místicos, no cabe la debilidad ni el miedo.
Los nuevos enfoques de la ciencia sobre un universo fascinantemente creativo, nos invitan a participar vivencialmente en este inmenso proyecto cósmico que nos trasciende, para que, en lugar de forcejear egoísta e inútilmente desde perspectivas ilusorias y mezquinas, nos abramos gozosamente a ese flujo incontenible de creación y transformación permanente que es nuestra verdadera Identidad.