Lo que siempre olvidamos 5/5 (5)

Hemos olvidado quiénes somos porque vivimos sugestionados creyendo ser lo que no somos. Ahondaremos en esta última afirmación introduciendo reflexiones procedentes del ámbito de la psicología profunda, si bien orientadas a iluminar intui­ciones sobre nuestra identidad que trascienden el ámbito de la psicología. Tendremos presentes algunos de los desarrollos de autores como Antonio Blay y H.A. Almaas, ambos psicólogos transpersonales y filósofos por igual, que han contribuido a integrar aportaciones decísivas de la psicología del siglo xx con intuiciones centrales de las grandes tradiciones sapienciales y espirituales, contribuyendo, así, a un enfoque genuinamente integral de la tarea del autoconocimiento.

El proceso actualizador

Todo se mueve, sostenía Heráclito. Todo es impermanente, afirma la tradición budista. El movimiento y el cambio parecen ser intrínsecos a la realidad fenoménica. Ahora bien, si observamos la vida en todas sus manifestaciones, incluida nuestra propia existencia, podemos constatar que ese movimiento no es arbitrario, sino que sigue una determinada dirección. ¿Cuál es la dirección o el sentido del movimiento de la vida? Esta dirección básicamente viene definida por el hecho de que todo -en el mundo inanimado, vegetal, animal y humano-­tiende a actualizar sus potencialidades específicas.1 Si planto una semilla, sé que de ella brotará un árbol determinado, y no otra cosa, pues dicha semilla contiene ese árbol en potencia, y tocio pulsa en ella, cuando cuenta con las condiciones ade­cuadas, por actualizarlo. Análogamente, en todos los niveles de la existencia todo avanza en la dirección definida por las posibilidades dinámicas latentes en cada realidad. La vida es un proceso creativo que sigue unos determinados cauces; com­porta una constante actualización de formas y posibilidades latentes que pugnan por expresarse y alcanzar un creciente grado de complejidad.

Parece que la esencia de la vida consiste en anhelar más vida, una vida más intensa y plena.

«El fin de la vida es el pleno desenvolvimiento. Estarnos aquí para realizar nuestra naturaleza plenamente.»

OscAR Wn.DF., El retrato de Dorian Gray

El mundo natural expresa ineludiblemente esa dirección o movimiento inteligente de la Vida. Los planetas se desplazan en su movimiento orbital siguiendo ritmos exactos, la semilla llega a ser un frondoso árbol, el capullo se abre en flor en el momento justo, y ellos no precisan hacer nada por sí mismos para que así suceda. Pero el ser humano tiene, en el concierto cósmico, una posición peculiar frente a las otras formas de vida. Puesto que es autoconsciente, no se limita a ser un cauce automático del obrar de la Vida, el que le empuja a actualizar sus posibilidades latentes, sino que puede saberse partícipe de ese movimiento creativo y colaborar conscientemente con él. En otras palabras, el ser humano puede crear, crearse a sí mismo o, más propiamente, cocrear, pues, si bien despliega conscientemente sus posibilidades, no depende de él elegir es­tas últimas, es decir, en ningún caso es el creador de su propio potencial. Su potencial y el anhelo que le incita a actualizarlo le vienen dados. En palabras de Schopenhauer, el ser humano puede hacer lo que quiere, pero no elige querer lo que quiere.2

Como la vida ya tiene una dirección o sentido, que no es distinto de la dinámica misma de la vida, es cuando nos ajustamos con esa dirección cuando saboreamos el sentido de la vida. Cuando actualizamos nuestro potencial específico, cuando movilizamos y desarrollamos nuestras mejores y más propias posibilidades, cuando crecemos, experimentamos una sensación subjetiva de sentido, de plenitud, de realización.

LIBRO: El arte de Ser: Mónica Caballé

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