El mundo se alimenta del pasado y del futuro. Necesita para vivir, literalmente, al pasado, para tener una base de información sobre la cual proyectarse a lo que, por inferencia, especulación o miedo, cree que va a suceder en el futuro, y basa todo su andamiaje en el tiempo. El tiempo sustenta al mundo, y éste se alimenta del tiempo.
Si al mundo, que es lo mismo que decir la mente colectiva, le quitáramos el tiempo, colapsaría, se desplomaría automáticamente. Imaginen una película proyectada y su aparato proyector se detiene, ¿qué sucede? La imagen de la pantalla se paraliza, en realidad, podría permanecer los instantes en que la electricidad la mantuviese visible, pero como esa electricidad también es parte del mundo y necesita un tiempo y una distancia para trasladarse, también cesaría; y todo lo que estábamos viendo dejaría de existir.
Sin embargo, nosotros sí estamos, si existimos, “somos”, aunque la proyección externa termine. ¿Cómo sabemos que estamos todavía nosotros? Porque en cada respiración vamos más y más profundamente a la fuente de todo poder; esa fuente creadora de lo que parecía tan real en la pantalla. ¿Qué hacemos entonces?
Podemos crear nuevamente el mundo. Sólo que, ahora, lo hacemos desde la comprensión de la verdad de la cual no éramos conscientes; ya no repetimos fórmulas creadas en un bajo nivel de conciencia. Somos creadores en un nivel de conciencia superior. Todos los mundos estás siendo creados y destruidos en este instante. Creados y destruidos sin interrupción. La creación no termina, es expansión perfecta. Los conceptos de tiempo y de distancia son limitaciones mentales nacidas en laboratorios igualmente mentales, para ordenar pensamientos limitantes que no captan la conciencia creadora en su plenitud. ¿Qué haría la mente si supiera que no tiene tiempo? ¿Qué harías ya mismo si supieras que no te queda más tiempo? Ningún tiempo posible. ¿Qué harías? Ni siquiera puedes pensarlo, porque no hay tiempo ni para pensar. Lo único que podríamos hacer es “Ser”; ser lo que somos, ese ser que ha estado cubierto, velado por el tiempo, por un pasado que lo marcó y por un futuro que lo perturba y atrapa. Ese ser, de golpe, está libre de pasado y de futuro, entonces, sólo puede ser lo que es en este instante. Ya no responde a nada fuera de sí, únicamente es responsable de sí mismo, vive su único estado posible. Éste. Ya. Eso es lo que somos, y eso es lo que el mundo no quiere que seamos, porque si despertamos, el mundo pierde todo control, pierde todo poder.
¿Cómo puede el mundo controlar a una persona que sabe que es libre, que ya sabe que no hay nada que pueda o no sucederle en el futuro, porque todo futuro depende del ser en estado presente?
Un ser que expresa su capacidad, su libertad, desconoce todas las limitaciones sobre las que se basa la sociedad. Como no responde al tiempo, se quita automáticamente toda la información del pasado, es decir, el sufrimiento acumulado que nos convierte en peones patéticos de un partido de ajedrez que ya está perdido de antemano.
Un ser que despierta, que se recrea, que sólo usa la mente para recordarse a sí mismo en su estado puro, verdadero, libre, trascendente, ya no tiene más miedo al futuro ni dudas respecto de él, ni siquiera deseos de ser feliz, porque ya lo es en este instante, no tiene nada que lograr porque ya lo es todo, no tiene nada ni nadie de quien esconderse, porque no ve nada ni nadie separados de sí o en conflicto con el momento presente. Un ser así no se identifica con su cuerpo y lo recrea mientras lo está utilizando en el momento actual. Y, por sobre todo, no le tiene miedo a la muerte, porque sabe que no puede morir. Un ser así llega a un estado tan sublime, tan real, que sólo vive y genera vida en cualquier plano y situación en la que se exprese y manifieste. Un ser así es lo que tú eres.
Claudio María Domínguez (Despertemos ya mismo)