El Ser y la Conciencia se manifiestan en un espectro que va desde el cuerpo hasta la mente, el alma y el Espíritu. Y aunque el Espíritu sea, en cierto modo, la dimensión o nivel más elevado del espectro de la existencia, también es el fundamento o condición de todo el espectro. Es como si el Espíritu fuese tanto el peldaño superior de la existencia como la madera de la que está hecha toda la escalera. El Espíritu es, a la vez, total y completamente inmanente (como la madera) y total y completamente trascendente (como el escalón superior). El Espíritu es, de forma simultánea, Fundamento y Objetivo.
En su aspecto inmanente, el Espíritu es la Condición de todas las condiciones, el Ser de todos los seres y la Naturaleza de todas las naturalezas y, como tal, no evoluciona ni involuciona, crece ni se desarrolla, asciende ni desciende. Es la simple talidad o esencia-la esencia perfecta- de todo lo que es, de todas y cada una de las cosas manifestadas. No hay modo alguno de conectar con el Espíritu inmanente, no hay forma de alcanzarlo, ni modo alguno de establecer contacto con él, porque no hay nada ajeno al Espíritu. Al estar total y completamente presente en cualquier punto concreto del espacio y del tiempo, está total y completamente presente aquí y ahora y resulta tan imposible alcanzarlo como, pongamos por caso, alcanzar nuestros pies.
En su aspecto trascendente, sin embargo, el Espíritu es el peldaño superior de nuestra escalera del desarrollo y evolución y, en este sentido, es algo que debemos trabajar para llegar a comprender e identificarnos y unimos a ello. La realización de nuestra Identidad Suprema con el Espíritu sólo llega después de mucho crecimiento, de mucho desarrollo, de mucha evolución y de mucho trabajo interno. Sólo entonces nos damos cuenta de verdad de que la Identidad Suprema ya estaba plenamente ahí, desde el mismo comienzo. Dicho en otras palabras, sólo desde el peldaño superior de la escalera
podemos conocer la madera de la que está hecha toda la escalera.
Es esta paradoja del Espíritu -totalmente presente ( como Fundamento del Ser) pero que, sin embargo, debe ser comprendido (como nuestro Objetivo más elevado)- la que subyace a la siguiente afirmación paradójica del zen:
Si existe alguna disciplina que nos permite alcanzar el Espíritu, el logro de esa disciplina significa la destrucción del Espíritu, pero si no existe disciplina que nos permita alcanzar el Espíritu, seguimos sumidos en la ignorancia.
Dicho en otras palabras, mientras que, en su aspecto inmanente, el Espíritu simplemente es, en su aspecto trascendente evoluciona o se desarrolla. Todo el reino manifiesto, aunque permanece plena y completamente asentado en el Espíritu, se esfuerza por despertar de la pesadilla del tiempo, por despertar el Espíritu en sí mismo como Espíritu y morar finalmente en la eternidad. La lucha del crecimiento y del desarrollo se presenta en el mundo como evolución y, en el caso del hombre y de la mujer, como crecimiento y desarrollo de su propia conciencia ( que no es más que el escenario de la evolución cósmica en los seres humanos). La evolución es el movimiento del Espíritu hacia el Espíritu, y como Espíritu, la resurrección consciente, en todos los hombres y mujeres, de la Identidad Suprema, una Identidad Suprema con todo, aunque oscurecida por la manifestación, aparentemente eclipsada por la visión limitada de un peldaño inferior de la escalera. Cuando uno intuye el peldaño superior y más elevado de la escalera de la existencia, el Espíritu se ve a sí mismo como Espíritu, se ve a sí mismo por doquier, ve que nunca hubo un tiempo en que no haya existido, y entonces, pero sólo entonces, puede desprenderse de toda la escalera, una vez que ha cumplido con su propósito manifiesto, y uno comprende que, a lo largo de todo el proceso, no se ha alcanzado ninguna cosa.
Libro: El espectro de la conciencia…Ken Wilber