La luminosa reflexión de RAMA:
Los placeres de este mundo son tan ilusorios como el solaz de un loco que saborea las frutas reflejadas en un espejo. Las esperanzas del hombre son constantemente destrozadas por el tiempo. Ninguna cosa creada escapa de sus garras implacables. El tiempo crea los numerosos universos y después de un corto paréntesis, los destruye sin dejar huella. Sólo deja entrever un destello de sí mismo en su parcial manifestación de los meses y de los años, pero su naturaleza esencial permanece oculta detrás de estas ficticias determinaciones. Nada ni nadie puede resistir su paso. Es despiadado, insaciable, cruel, avaro e inexorable, como un gran mago conocedor de múltiples trucos. No puede ser comprendido porque por mucho que se analice y divida en fragmentos más pequeños, permanece incognoscible en su esencia. Siente un insaciable apetito por todas las cosas, igual por los pequeños insectos que por las montañas colosales, y hasta el rey del cielo está sometido a su poder. Como un muchacho se entretiene jugando con una pelota, el tiempo juega con el sol y la luna para distraerse. Es el destructor del Universo (Rudra), el creador del mundo (Brahmâ), el rey del cielo (Indra), el señor de las riquezas (Kubera) y el vacío de la disolución cósmica (Pralaya), que crea y destruye sin cesar el universo una vez tras otra. Este tiempo descomunal y soberbio está establecido en Brahman como las grandes montañas se levantan y apoyan sobre la superficie de la tierra.
Después de crear infinitos universos, no siente ningún cansancio ni se deleita con ello; no surge de ninguna parte ni está en ningún lugar, ni va a ningún sitio determinado.
Contempla todos los objetos de este mundo que maduran por el calor del sol y cuando nota que están maduros, los engulle sin compasión. Cada época parece engalanarse con preciosas joyas y hermosos seres para deleitar al tiempo, pero él los aniquila a todos sólo por placer.
Es el anochecer para el loto de la eterna juventud, y el león para el elefante de la vida. No hay nada en este mundo, alto o bajo, que no sea víctima del tiempo. Y cuando lo ha destruido todo, él todavía sigue ahí, inconmovible. Después de la disolución cósmica, queda como dormido o fatigado, conservando una futura creación oculta en su interior. ¡Nadie sabe realmente lo que es el tiempo! La gente se refiere a él como si fuera el dios de la muerte (Yama, o Kâla).
Y todavía hay un nuevo aspecto de este tiempo que se conoce por kritânta o el producto de la acción, su consecuencia o resultado inevitable. Kritânta es como un bailarín que tiene por esposa al destino: ambos conceden a todos los seres el necesario disfrute de sus acciones. Mientras existe el universo, no descansan ni pierden su entusiasmo, pero en su terrorífica danza no descuidan por un momento su vigilancia.
¡Mientras Kritânta y su amada sigan danzando en el universo, creando y destruyendo todas las cosas sin descanso, qué esperanza podremos alimentar en nuestros corazones! Kritânta hace tambalearse hasta las cosas más firmes, que para él son efímeras. A causa de este kritânta, todas las cosas de este mundo están sujetas a un continuo cambio, y nada permanente hay en él que merezca nuestra consideración.
Todos los seres de este mundo tienen malas tendencias, las relaciones implican esclavitud, los placeres conducen a la desdicha, y el deseo de felicidad no es más que un espejismo. Nuestros propios sentidos son nuestros enemigos, la realidad es irreal, nuestra propia mente es nuestro peor enemigo. El ego es la primera causa de todos los males, la sabiduría sólo un endeble e inconstante compañero, las acciones conducen al sufrimiento y el placer se orienta hacia la sexualidad. Nuestra inteligencia se deja gobernar por el ego en lugar de tomar otras direcciones, y por ello no podemos alcanzar la tranquilidad mental. La juventud es corta, la compañía de los sabios poco frecuente. La realización de la verdad no está al alcance de cualquiera. Nadie es feliz con la prosperidad y la felicidad de los demás, ni puede encontrar la compasión en el corazón de otro. La gente se hunde cada día más en su propio ego, la debilidad supera a la fortaleza y la cobardía se apodera del valor. La compañía del malvado es frecuente y la buena compañía difícil de encontrar.
Si el misterioso poder que gobierna este mundo destruye hasta los demonios más poderosos, acaba con lo que se considera eterno y mata a los inmortales, ¿qué esperanza puede haber para la gente sencilla como yo? Ese misterioso ser parece residir en todas las cosas, su aspecto individual es el sentimiento del ego y no hay nada que no sea destruido por él. El mundo entero está bajo su control y su voluntad prevalece sobre todas las cosas.
No podemos disfrutar de la felicidad en la infancia, ni en la juventud, ni en la vejez. Ninguna de las cosas de este mundo puede proporcionarnos felicidad. La mente busca inútilmente la felicidad en los objetos del mundo. Sólo puede ser feliz el que se libra del ego y no está esclavizado por los deseos sensibles, pero ese tipo de personas es muy raro de encontrar.
No considero un héroe al que es capaz de enfrentarse a un poderoso ejército y vencerlo, sino al que es capaz de cruzar indemne el océano de la mente y de los sentidos. No considero una conquista lo que puede perderse muy pronto, sino lo que no puede perderse jamás, y el hombre no puede alcanzar una conquista así en este mundo por mucho que se esfuerce en conseguirlo. Los éxitos pasajeros y las fracasos temporales sobrevienen al ser humano aunque no los busque ni los merezca.
Me sorprende mucho que el hombre pase todo el día de un lado para otro atareado en sus actividades egoístas, y sea capaz de dormir por la noche sin haber hecho ni una sola acción noble.
Aunque el hombre trabaje mucho, supere todos los problemas de este mundo, viva rodeado de lujo y de riquezas y alardee de ser feliz, la muerte se aproxima inexorablemente a él. Sólo Dios sabe cuando va a encontrarla.
De forma ignorante, el hombre se ata a una mujer, a unos hijos y a unos amigos, sin darse cuenta de que este mundo es como un largo viaje en el que la gente se encuentra casualmente, para separarse al poco tiempo de forma inevitable. Este mundo es como la rueda de un alfarero: cuando gira a gran velocidad, parece que está quieta. El mundo también parece estable y permanente para la persona que vive en el engaño. Es como un árbol venenoso: si alguien se pone bajo sus ramas, queda atontado e inconsciente por sus efluvios. Todas las opiniones son erróneas, todos los lugares peligrosos, todos los seres sujetos a la muerte, todas las acciones condenadas al fracaso.
Los numerosos siglos pasados sólo son momentos en el tiempo. En esencia no hay diferencia alguna entre un instante y cualquier otro periodo de tiempo, sólo son medidas de un tiempo único que nadie puede ponderar. Desde el punto de vista divino, un siglo no es más que un instante, como la tierra sólo es una modificación del elemento tierra. ¡Qué error depositar nuestra confianza y nuestras esperanzas en ella!
Todo lo que parece permanente o transitorio en este mundo es como un sueño. Lo que hoy es un cráter mañana será una montaña, lo que hoy es un espeso bosque se transforma muy pronto en una gran ciudad y lo que es suelo fértil se convierte en árido desierto. Lo mismo ocurre con nuestro cuerpo y nuestra forma de vida y fortuna.
Este ciclo de la vida y de la muerte es como una seductora bailarina cuya falda está tejida con seres vivos, y cuyos gráciles movimientos consisten en enviar a esos seres al cielo, hundirlos en el infierno o devolverlos a esta tierra. Los actos más grandiosos, incluso los grandes ritos religiosos que el pueblo realiza con fervor, pronto pasan a ser un recuerdo. Los dioses pierden su divinidad y los seres humanos vuelven a la vida como animales, y viceversa. ¿Hay algo que no cambie? El creador Brahmâ, el protector Vishnu y el mismo Rudra, el redentor, caminan inexorablemente hacia su destrucción. Los objetos de este mundo sólo nos resultan gratos hasta que nos recuerdan su inevitable destrucción.
Como un niño construye diversas figuras con el mismo montón de arena, el ordenador del universo está creando continuamente nuevos objetos y destruyéndolos a continuación como un eterno pasatiempo irrevocable.
La percepción de la ilusoriedad del mundo ha destruido todas las tendencias de mi mente (vâsanâs), y en consecuencia, ningún deseo de placer sensible surge en mi corazón, como no surge ningún espejismo en la superficie del agua. Este mundo y sus placeres me resultan amargos e incomprensibles. No me complace andar por los jardines del deseo, no me seduce la compañía de las mujeres y no valoro en modo alguno la adquisición de riquezas. Sólo deseo permanecer en paz conmigo mismo. Constantemente me pregunto cómo puedo apartar mi corazón de este fantasma cambiante que llamamos mundo. No deseo la muerte pero tampoco deseo la vida; sólo quiero seguir siendo el que soy libre de todo anhelo de posesión. ¿Qué puedo hacer con el reino, el poder o las riquezas, que sólo son juguetes de un ego al que no estimo en absoluto?
Si ahora no me instalo en la sabiduría, ¿cuándo podré hacerlo? La tolerancia con los placeres sensuales envenena la mente de tal modo que sus efectos perduran durante muchas vidas. De esto sólo puede librarse el hombre que se conoce a sí mismo. En consecuencia, sabio, te lo ruego: enséñame el camino del autoconocimiento para que pueda librarme para siempre de la angustia, del miedo y de la desesperación. Con la luz de tu enseñanza puedes destruir en mi corazón las tinieblas de la ignorancia.
Siento enorme compasión por el triste destino de los seres vivos que caen en este pavoroso abismo de dolor. Pero mi mente está confusa, me siento desorientado y perplejo. Me he librado de todas las cosas, pero no puedo alcanzar la sabiduría, y aunque en cierto modo me siento libre, sigo realmente cautivo. Soy como un árbol cuyas ramas han sido taladas pero conserva vivas sus raíces. Quiero destruir mi mente pero no sé cómo hacerlo.
Te lo ruego, aclárame cuál es la condición o estado en el que uno ya no puede padecer ningún dolor. ¿Puede alguien como yo, sujeto a la actividad del mundo, alcanzar ese estado supremo de paz y felicidad? ¿Cuál es la actitud que nos permite no ser tocados por ninguna clase de acción o de experiencia? Te ruego que me enseñes cómo pueden vivir en este mundo los seres iluminados. ¿Cómo puede la mente librarse del deseo y ver el mundo como su propio ser, pero al mismo tiempo no más valioso que una hoja de hierba? ¿Debo estudiar la biografía de algún gran hombre para aprender el camino de la sabiduría? Sagrado señor, instrúyeme en la sabiduría que permitirá a mi mente trastornada permanecer firme como una montaña.
Tu eres un hombre iluminado: instrúyeme para que nunca vuelva a hundirme en el samsâra.
Es evidente que este mundo está lleno de dolor y de muerte. ¿Cómo puede convertirse en una fuente de alegría sin perturbar nuestro corazón? La mente está llena de impurezas. ¿Cómo podemos limpiarla de esas manchas y cuál es el producto recomendado por los sabios para conseguirlo? ¿Puede alguien vivir en este mundo sin caer en las frenéticas corrientes del amor y del odio? Debe haber un secreto que permita vivir inafectado por la pena y el sufrimiento, como el mercurio que no se estremece cuando se le acerca al fuego. ¿Cuál es el secreto? ¿Cómo podemos contrarrestar la inveterada costumbre de la mente de manifestarse en forma de universo? ¿Quiénes son los héroes que se libraron de esta ilusión, y qué métodos
utilizaron para conseguirlo? Si consideras que soy incapaz de comprenderlo, me suicidaré.
Después de decir esto, Râma quedó en completo silencio. Todos los que estaban en la corte quedaron impresionados por las luminosas palabras del príncipe, que parecía capaz de librarse de la tiranía de la mente. Ellos mismos, al beber el néctar de las palabras del joven Râma, sintieron como si se hubieran librado de sus dudas y hubieran superado su propia ignorancia. Todos los que escucharon sus palabras no parecían seres vivos sino figuras pintadas, tal era su silencio e inmovilidad.
LIBRO: Yoga Vasihstha