Por aquí has de comenzar 5/5 (4)

El discípulo de Keng

Un discípulo se quejó a Keng:

“Los ojos de todos los hombres parecen iguales,

yo no detecto en ellos diferencia alguna:

y aún así algunos hombres son ciegos;

sus ojos no ven.

Los oídos de todos los hombres parecen ser iguales,

yo no detecto en ellos diferencia alguna:

y aún así algunos hombres son sordos;

sus oídos no oyen.

Las mentes de los hombres tienen la misma naturaleza.

No detecto  diferencia alguna entre ellas;

pero los locos no pueden hacer suya la mente de otro hombre.

Heme aquí, aparentemente como los demás  discípulos,

pero hay una diferencia:

ellos captan el significado de lo que usted

 dice y lo ponen en práctica;

yo no puedo.

Usted me dice: ‘Mantén tu ser seguro y en calma.

Mantén tu vida reunida en su propio centro.

No permitas que tus pensamientos sean alterados.’

Pero, por mucho que lo intente, el Tao no es más que una palabra para mis oídos.

No hace resonar ninguna campana en mi  interior.”

Keng San replicó: “No tengo nada más que decir.

Los gallos no empollan huevos de ganso,

aunque las aves de Lu sí pueden.

No es tanto una diferencia de naturaleza

como una diferencia de capacidad.

Mi capacidad es demasiado escasa como para transformarte.

¿Por qué no vas al sur a ver a Lao Tzu?”

El discípulo tomó algunas provisiones,

viajó durante siete días y siete noches solo,

y llegó ante Lao Tzu,

Lao le preguntó: “¿Vienes de parte de Keng?”

“Sí”, replicó el estudiante.

“¿Quiénes son todas esas personas que has  traído contigo?”

El discípulo se volvió rápidamente para mirar.

No había nadie. ¡Pánico!

Lao dijo: “¿No comprendes?”

El discípulo agachó la cabeza. ¡Confusión!

Después un suspiro. “Ay de mí, he olvidado  mi respuesta.” (¡Más confusión!)

“También he olvidado mi  pregunta.”

Lao dijo: “¿Qué estás intentado decir?”

El discípulo:

“Cuando no sé, la gente me trata  como a un tonto.

Cuando sé, el conocimiento me causa problemas.

Cuando no logro hacer el bien, hago daño a  otros.

Cuando lo hago, me daño a mí mismo.

Si esquivo mis deberes, soy un negligente;

pero si los cumplo, me arruino.

¿Cómo puedo escapar de estas contradicciones?

Esto es lo que vine a preguntarle.”

Lao Tzu replicó:

“Hace un momento, observé tus ojos.

Vi que estabas agobiado por las contradicciones.

Tus palabras confirman esto.

Tienes un miedo mortal,

como un niño que ha perdido a su padre y a su madre.

Estás intentando sondear el centro del océano

con una pértiga de dos metros.

Te has perdido, e intentas encontrar el camino de vuelta a tu verdadero ser.

No encuentras más que señales ilegibles que indican todas las direcciones.

Siento pena por ti.”

El discípulo solicitó ser admitido.

Tomó una celda y en ella meditó,

intentando cultivar cualidades que consideraba deseables,

y librarse de otras que le desagradaban.

¡Diez días así! ¡Desesperación!

“¡Miserable!”, dijo Lao

¡Totalmente bloqueado!¡Hecho un nudo! ¡Intenta desatarte!

Si tus obstáculos están en el exterior,

no intentes agarrarlos de uno en uno

y arrojarlos lejos de ti.

¡Imposible! Aprende a ignorarlos.

Si están en ti mismo,

no puedes destruírlos,

pero puedes negarte a dejar que te hagan efecto.

Si están tanto dentro como fuera,

no intentes aferrarte al Tao.

¡Limítate a tener esperanza en que el Tao te mantenga sujeto!”

El discípulo gimió:

“Cuando un granjero se pone enfermo

y los otros granjeros vienen a verlo,

si puede al menos decirles qué es lo que pasa,

su enfermedad no es grave.

Pero yo, en mi búsqueda del Tao,

soy como un hombre enfermo que toma  medicinas

que le hacen sentirse diez veces peor.

¡Dígame tan sólo los primeros elementos,

así quedaré satisfecho!

Lao Tzu replicó:

“¿Puedes abrazarte al Uno y no perderlo?

¿Puedes predecir cosas buenas y malas sin la concha de la tortuga o los palillos?

¿Puedes descansar donde hay descanso?

¿Sabes cuándo detenerte?

¿Eres capaz de ocuparte de tus asuntos sin preocupaciones, sin desear informes acerca del progreso de los demás?

¿Eres capaz de mantenerte sobre tus propios pies?

¿Puedes esquivar?

¿Puedes ser como un niño que llora todo el día sin quedarse afónico,

o crispa el puño todo el día sin que le duela la mano,

o que mira todo el día sin que se canse la vista?

¿Quieres los primeros elementos?

El niño los posee.

Libre de preocupaciónes, inconsciente de sí  mismo,

actúa sin reflexión.

Se queda donde lo ponen, no sabe por qué,

no se explica las cosas,

se limita a dejarse llevar,

es parte de la corriente.

¡Éstos son los primeros elementos!”

El discípulo preguntó:

“¿Es esto la perfección?”

Lao replicó: “En absoluto.

No es más que el principio.

Esto es lo que rompe el hielo.

Esto te capacita para desaprender,

de forma que puedas ser guiado por el Tao,

ser un niño del Tao.

Si persistes en intentar alcanzar lo que jamás se alcanza,

(es el regalo del Tao);

si insistes en esforzarte por obtener lo que ningún esfuerzo puede lograr;

si insistes en razonar acerca de lo que no puede ser comprendido,

serás destruido por aquello que buscas.

Saber cuándo detenerse,

saber cuándo no puedes llegar más allá

por tus propios medios,

¡ésta es la forma correcta de empezar!

Chuang Tse

Por favor puntúa este artículo