La experiencia mística puede caracterizarse escuetamente como una sensación inmediata de unión con Dios o el alma universal. En tanto que la oración y el sacrificio presuponen un abismo entre Dios y el ser humano —o entre Dios y el mundo—, el místico intenta construir un puente por encima de ese abismo. O dicho de otra manera: para el místico no existe tal abismo. Él es «absorbido» por Dios, o «desaparece» en Él. Porque lo que a diario llamamos «yo» no es nuestro verdadero yo. El místico ha experimentado, al menos por unos instantes, la sensación de ser idéntico a un yo superior, llámese Dios, el alma universal, él mismo, el vacío, el universo, etc. (Un místico de la India dice: «Cuando yo fui, Dios no fue; ahora Dios es, y yo ya no soy». El místico «se ha perdido a sí mismo» en Dios). Ahora bien, una experiencia de esa clase no tiene lugar así sin más. El místico ha de elegir «el camino de la purificación y la iluminación» para encontrarse con Dios. Y ese camino, que generalmente pasa por diferentes etapas o fases, suele constar de ascetismo, ejercicios de respiración y complicadas técnicas de meditación. Entonces de repente el místico ha alcanzado su meta y puede exclamar: «¡Yo soy Dios!» o «¡Gloria a mí! ¡Qué grande es mi majestad!».
La fuerza motriz de la vida religiosa del místico es a menudo su ardiente amor por Dios. Igual que el amante desea unirse con su amada, el místico busca la unión con Dios. Un anhelo recorre el mundo. Las radiaciones divinas —que existen en el ser humano— anhelan ser despojadas de su existencia individual. Porque el que anhela a Dios, sólo anhela lo que también anhela Dios. En el éxtasis (o unio mystica) tiene lugar el encuentro entre Dios y el ser humano. «Yo soy Él a quien amo», dice triunfante el místico persa Al-Hallaj (aprox. 858-922), «¡y Él a quien amo soy yo!». Tendencias místicas. Encontramos tendencias místicas en todas las grandes religiones. Y las descripciones que ofrece el místico de la experiencia mística guardan un asombroso parecido a pesar de las grandes distancias en el tiempo y en el espacio. Por esta razón podemos hablar de una dimensión mística en todas las religiones. El filósofo alemán Leibniz describió por tanto la mística como philosophia perennis, o sea «la filosofía eterna». Características del estado místico. A la luz de los relatos de místicos de diferentes culturas y épocas históricas, lo habitual es enumerar las siguientes características del estado místico.
- El místico siente una unidad en todas las cosas. Existe una sola conciencia, o un Dios, que lo impregna todo.
- Aunque el místico lleva mucho tiempo preparándose para el encuentro con Dios —o el alma universal—, se siente pasivo cuando ocurre. Es como si fuera prendido por una fuerza externa.
- Su estado se caracteriza por su atemporalidad. El místico se siente arrancado de la realidad cuatridimensional.
- El propio éxtasis es, no obstante, transitorio; dura sólo unos minutos.
- Pero ha proporcionado al místico una nueva comprensión, que lleva consigo después de la experiencia.
- Y sin embargo, esta nueva comprensión la vive como algo inefable, que no puede ser transmitido, por tanto, a otros seres humanos.
- Ya que la experiencia es una paradoja, el místico recurre también a paradojas cuando a pesar de todo intenta describir lo que ha experimentado. Por tanto puede describir su vivencia como «vacío y plenitud», «una oscuridad deslumbradora», o expresiones parecidas.
Hasta que el místico no proporciona una interpretación religiosa o filosófica de su experiencia mística no aparecen sus antecedentes culturales. Sobre todo en el misticismo occidental (judaísmo, islam, cristianismo), el místico destacará que su encuentro ha sido con un Dios personal. Aunque haya sido «absorbido en Dios», suele señalar cierta distancia entre Dios y el mundo. Se mantiene algo de la relación yo/tú entre Dios y los seres humanos. Esta forma de misticismo suele llamarse misticismo teísta o misticismo personalizado. En el misticismo oriental (hinduismo, budismo y taoísmo) es más corriente proclamar una identidad total entre Dios —o el alma universal— y el ser humano. Podemos decir que el místico vive el encuentro con la divinidad como una relación yo/yo. Porque Dios no sólo está presente como una chispa en el alma del ser humano. No sólo está en el mundo, tampoco está en otro lugar. Esta forma de misticismo suele llamarse misticismo panteísta o misticismo infinito. La dimensión mística también puede desempeñar un papel decisivo para el ser humano moderno. Muchas personas dicen haber tenido experiencias místicas sin relacionarlas con una determinada religión. Normalmente estos «místicos modernos» no hacen nada activo para entrar en un estado místico. De repente —en medio del trajín cotidiano— han experimentado lo que llaman «consciencia cósmica», «sensación oceánica» u «ósmosis mental».