Hemos dado demasiado trabajo a la mente. De hecho le hemos asignado todos los trabajos diarios. Desde que los ojos se abren el pensamiento acecha. Pocas veces de forma natural, encuentras un momento en el día en donde te ves a ti mismo sin nada que hacer o sin nada que preocuparte. La mente mecaniza todo, ha generado patrones de pensamientos y sentimientos para todos los posibles casos que puedan acontecerme. Hoy como una persona computerizada todo se hace bajo los estrictos programas que ya tengo creados de tiempo pasados.
“Me revelo, quiero tomar el control, esto no puede seguir así”,… pero, espera, ¿Quién se revela? Ahhhhh! Que no me había dado cuenta que también existe otro patrón de pensamientos y sentimientos en mí que de vez en cuando se presenta diciendo “Me revelo”. Otra rutina que aparenta nobleza pero no deja de ser rutina.
En este tiempo me he sensibilizado y veo con un poco más de lucidez como los programas mentales que normalmente me asaltan no son penosos, por el contrario son en muchos casos hasta “espirituales”. Al principio cuesta verlo pues la moral y las “buenas costumbres” han creado esos patrones hace mucho tiempo, y como eran supuestamente de buen ver, uno nunca se ha fijado en ellos. Ahora los veo, a veces tardo en darme cuenta pero al final puedo observar con que delicadeza se ejecutan las llamadas “buenas maneras” y seguir el rol de chico bueno.
Ya no es tiempo de chico bueno, chico malo, es tiempo de reconocer que mientras exista la mente programando mis haceres, no estará la verdadera e íntima realidad de quien soy.
La atención sigue prefiriendo posar sus alas en las absurdas asociaciones mentales antes que en el discurrir del día. Cuando consigo volver a mi centro apenas puedo permanecer allí un minuto sin que venga la mente a preguntar qué es lo que pasa que no se ha contado con ella para este acto.
Mi mente solo vive un temor, que me coloque en el aquí y ahora. Esto le obliga a ella a desaparecer y eso es para ella como dejar sin monitorear el acceso a la caja fuerte de un banco. Cuando le voy a convencer de que esa caja fuerte está vacía, nada útil hay allí, pues todo lo que quiera almacenar se perderá a la hora de mi muerte. Mi mente se empeña en guardar mis amistades a toda costa, en guardar mis propiedades, en guardar mi posición social, en guardar mi imagen…ella me asegura protección para todo esto pero, ¿Qué valor tendrá si ante la parca nada perdurará?. Como volver a decirle que mientras ella necesita de mi atención para proteger “mis pertenencias” yo no podré disponer de esa atención para disfrutar lo que vivo en este instante.
Ícaro Dedaloson