Se notaba un ambiente tenso en la sala de operaciones. Una mujer vietnamita era intervenida. No solamente estaban los doctores, las enfermeras y el anestesista de rigor. Había dos personas más. ¿ Quiénes eran estos? ¡Dos expertos en explosivos! Y es que a la paciente había que extraerle de la caja torácica nada menos que ¡una granada sin explotar! La infeliz mujer había recibido el impacto directo de un fusil especial que arroja estos artefactos, uno de las cuales le quedó incrustada en el cuerpo. Su poder era suficiente para matar a todos los que intervenían en la operación. Todo terminó bien, felizmente. Y aunque rara, fue un tipo de operación que se hizo a menudo durante la guerra de Vietnam.
Hay sin embargo actualmente mucha gente deambulando por el mundo, con una bomba en su interior. Y ningún cirujano la podrá extraer. Tan sólo uno mismo puede desactivarla. Cualquier médico podrá explicarle como sus accesos de ira le producen tales alteraciones en su salud, que podrían incluso matarle. Esa granada cargada que es el resentimiento, justificado o no, cuando explota hace trizas en primer lugar a quien la albergó. Y si no explota, hará miserable su vida, poniéndole nervioso, marcando su rostro, creando perturbaciones cardíacas y llevándole hasta quizá a una muerte lenta. El rencor hacia los demás ha derrotado todos los tratamientos de belleza posibles. Cuando una mujer se llena de odio, su rostro también se llena de arrugas y se endurece por el resentimiento.
Jesús sentenció con su enorme sabiduría: «Amad a vuestros enemigos». Y algunos la han considerado como una norma de perfección imposible de cumplir. Dale Camegie dice al respecto: «Si no podemos amar a nuestros enemigos, amémonos por lo menos nosotros mismos. Amémonos lo suficiente para no permitir que nuestros enemigos dominen nuestra felicidad, nuestra salud y nuestro aspecto». Y creo que haremos muy bien en seguir estos consejos. Al fin y al cabo la primera víctima, si anidamos odios y resentimientos en nuestro corazón, somos nosotros mismos.
LO NEGATIVO: Olvidar como nuestros odios, incluso justificados, acabarán perjudicándonos en primer lugar, a nosotros mismos.
LO POSITIVO: Recordar que esa granada del odio, solamente se puede desactivar, desarrollando nuestra capacidad para perdonar.
Libro: “Positivo y Negativo”, de Emilio Santamaría