“Había una vez un centauro que, como todos los centauros, era mitad hombre, mitad caballo.
Una tarde, mientras paseaba por el prado, le entró hambre y se preguntó:
- ¿Qué comeré? –pensó -. ¿Una hamburguesa o un fardo de alfalfa? ¿Un fardo de alfalfa o una hamburguesa?
Como no pudo decidirse, se quedó sin comer.
Más tarde, el centauro quiso dormir:
- ¿Dónde dormiré? –pensó-. ¿En el establo o en un hotel? ¿En un hotel o en el establo?
Como tampoco pudo decidirse, se quedó sin dormir.
Sin comer y sin dormir… el centauro enfermó.
- ¿A quién llamaré? –pensó-. ¿A un médico o a un veterinario? ¿A un veterinario o a un médico?
Finalmente, enfermo y sin poder decidir a quién llamar, el centauro murió.
La gente del pueblo se acercó al cadáver y sintió pena.
- Hay que enterrarlo –dijeron-. Pero, ¿dónde? ¿En el cementerio del pueblo o en el campo? ¿En el campo o en el cementerio del pueblo?
Y como no terminaban de decidirse, lo dejaron abandonado en la pradera y los buitres se lo comieron.
MORALEJA: No decidir por temor a equivocarse es la mayor de las equivocaciones”.
(“Mira que te lo tengo dicho”, Alfonso López Caballero)
Reflexión:
El miedo a enfrentarnos a la inseguridad, a si estaremos tomando la decisión más correcta, la adecuada, la que nos librará de las inclemencias de la vida, nos deja bloqueados en la duda. “Parálisis por análisis”, como le llaman. El eterno “¿Y si…?”:
- “¿Y si dejo el trabajo y resulta que el jefe nuevo es aún peor que el antiguo…?”.
- “¿Y si dejo a mi pareja –con la que ya he llegado a la conclusión de que no deseo compartir más momentos- y no vuelvo a encontrar a nadie…?”.
- “¿Y si llamo a mi amigo para quedar a comer y resulta que el día que yo le propongo no le va bien…?”.
- “¿Y si presento el proyecto y se ríen de mí en mi cara…?”.
- “¿Y si me como la hamburguesa y mi parte de centauro no puede digerirla…?”.
Por supuesto, todas estas preguntas vienen acompañadas del hermano “No sé…”:
- “No sé… ¿será mejor quedarme donde estoy o probar el trabajo nuevo…?”.
- “No sé… ¿seré capaz de encontrar otra pareja o me quedaré sola para siempre…?”.
- “No sé… ¿lo llamo y pruebo o lo estaré poniendo en un compromiso…?”.
- “No sé… ¿les gustará o pensarán que soy una estúpida…?”.
- “No sé… ¿qué le vendrá mejor a mi sistema digestivo de centauro, el saco de alfalfa o la hamburguesa…?”.
Mil y un puntos suspensivos que nos dejan con los pies pegados al suelo e inmovilizados en la indecisión. Preguntamos, pedimos opinión a cualquiera que se cruce en nuestro camino y nos saturamos la cabeza con hipótesis que lo único que nos provocan es más inseguridad, incertidumbre y dolores –reales- de cabeza.
Por fortuna, la vida es incierta y sorprendente. La mayoría de las veces no sabemos lo que va a ocurrir y vivir en la duda tan sólo nos lleva a que el tiempo se nos escape tratando de analizar las millones de posibilidades que puede traernos el futuro. Darle doscientas quince veces la vuelta a las diferentes caras del prisma puede tener sus ventajas –por ejemplo, nos hacemos una idea bastante completa de la situación en la que nos encontramos-, pero… ¿somos capaces de salir de ahí y ponernos en movimiento? ¿O nos limitamos a oscilar sobre nuestros pies como un muñeco tentetieso sin atrevernos a despegarnos del suelo y a dar un paso hacia delante?
Y, otra cuestión interesante: ¿Para qué lo hacemos? ¿De verdad que lo que andamos buscando es tener una perspectiva amplia del momento o lo que nos ocurre es que tratamos de huir de cometer una equivocación, de la amenaza y la angustia que nos supone la incertidumbre de este mundo amenazante y nos aferramos a la fantasía de que dudar nos llevará a hallar la seguridad que tanto anhelamos?
Carmen M. León Lopa