¿Envejecer es una calamidad?
Un hombre mayor, preocupado por su salud, va a consultar a un doctor. Se queja largamente de sentir que sus facultades intelectuales se debilitan, y pregunta qué podría hacer para remediar este problema. El doctor escucha pacientemente, después le explica que ello puede ciertamente atribuirse al fenómeno del envejecimiento.
Poco satisfecho de esta respuesta, el paciente exclama:
– ¡Pero mi vista también se está debilitando!
– Es también debido a la edad – responde el hombre de ciencia.
– Y mis dolores de espalda, ¿acaso se deben también a la edad? – continua el anciano, molesto.
– En efecto, es típico de la vejez.
– ¡Y el hecho de que me cuesta digerir todo lo que como, imagino que tampoco puedo hacer nada al respecto!
– Así es: con la edad, el sistema digestivo se debilita poco a poco.
– Pretendía explicarle también que en ocasiones me cuesta trabajo respirar porque siento una opresión en el pecho, pero naturalmente contarle esto no servirá de nada,
¿no es así?
– ¡Todo esto, en efecto, es normal! Ahora está usted mayor, y la vejez trae muchos males, nuestro cuerpo se atrofia, sus capacidades de resistencia disminuyen. No es agradable, pero hay que saber aceptar esta triste realidad.
El viejo se enfada entonces completamente:
– ¡Es usted un auténtico incompetente! ¡No dice más que tonterías! ¡No tiene usted la menor idea de medicina! ¿Para qué sirve usted si no puede curar nada? Todas las afecciones tienen un remedio, esto es la medicina, ¡pero usted no tiene idea! ¡Uno se pregunta verdaderamente dónde ha aprendido usted su oficio!
Ante estas palabras, el doctor replica:
– ¡Tiene ahora más de setenta años! ¡Es lo que explica también su ira y sus palabras llenas de amargura!
La vejez
La vejez se define de diversas maneras. Por un lado en el plano cronológico, por el número de años, como la última parte de la vida. La vejez sería entonces una proporción de la totalidad del número de años vividos, lo que hace que esta cantidad varíe según la época y las condiciones de vida. Por otro lado, es una etapa de la vida, ligada al funcionamiento individual y social. La expresión “tercera edad” es característica de esta definición: tras el periodo de aprendizaje, o juventud, y el de la acción, o madurez, viene el retiro, o contemplación. La vejez se define también por una manera de ser y de actuar, tanto del cuerpo como de la mente. Así, nuestra cultura actual pretende posponer la vejez promoviendo el bienestar, la higiene de vida y la actividad física en las personas de edad, con el riesgo de rechazar la realidad de la edad.
Está claro que el debilitamiento del cuerpo, la enfermedad, los desórdenes fisiológicos y psicológicos, el dolor físico, la falta de energía, sumado al temor de una muerte próxima, pueden originar ansiedad y un cierto repliegue sobre uno mismo o sobre lo inmediato, como una recaída en la infancia. La vida cotidiana se vuelve más difícil. La pérdida de las facultades intelectuales, de la memoria, de la concentración y otras, y la disminución de las capacidades físicas, debilitantes, conllevan una disminución de la autonomía, que puede resultar penosa o incluso insoportable.
Sea como sea, más allá de las perturbaciones fisiológicas y circunstanciales, nos damos cuenta de que ciertas personas envejecen bien y otras mal. Parece que el personaje de nuestra historia está en la segunda categoría: lleno de cólera y amargura. Una pregunta se impone:
¿envejecemos como hemos vivido? Este último periodo sería entonces la culminación coherente de nuestras elecciones existenciales pasadas. O bien la vejez constituiría una última oportunidad de determinar la naturaleza, el sentido y el valor de nuestra existencia…
La sabiduría
La sabiduría es para comenzar una forma de saber que podríamos definir como “conocimiento cierto de las cosas”. Platón la define como “el conocimiento de lo que sabemos y de lo que no sabemos”: la consciencia de nuestras carencias e imperfecciones jugaría un papel fundamental en la sabiduría. Se trata de conocer la extensión y los límites de nuestros conocimientos para ser sabios. Notamos por lo tanto que la sabiduría no hace referencia únicamente al tema del conocimiento, sino también al del comportamiento en cuanto a uno mismo, en cuanto a la realidad de las cosas. Ya que es una tendencia natural en el ser humano la avidez, el exceso de deseo, que le hace difícil decidirse a limitar sus aspiraciones y sus pretensiones, a aceptar sus límites, a renunciar con aceptación. Es por esta razón que el “Conócete a ti mismo” inspirado en el templo de Delfos sigue siendo la exhortación por excelencia que Sócrates recomienda. Se trata de reconciliarse con la propia finitud como condición para la superación de uno mismo. Es lo que no logra hacer el protagonista de este cuento. No acepta su envejecimiento ni su enfermedad, y porque su conocimiento de sí mismo está tergiversado, su visión “milagrosa” de la medicina lo está otro tanto.
De esto pasamos de modo natural a otra acepción del concepto de sabiduría: “Conducir la propia vida y acciones de manera moderada y prudente”. Se trata de evitar el exceso y la desmesura, de escapar a este hybris tan natural en el hombre, que los dioses castigan como pecado de orgullo. Frente a esta desregulación de las pasiones, como respuesta a esta actitud abusiva, Aristóteles nos propone el ideal del “justo medio”, el “lugar” de la templanza. El medio, el equilibrio, la armonía son indicadores de perfección y de virtud, siendo la naturaleza del vicio la desproporción.
La sabiduría es también el sentido común, el que nos hace actuar y pensar con discernimiento. Y aquí también nuestro viejo está desfasado: no tiene el menor buen sentido. Como no soporta la realidad, a pesar de ser evidente, su juicio, sus palabras y sus actos son insensatos. Está motivado por las aberraciones de su propia subjetividad, y no por la objetividad del juicio fundado sobre evidencias.
Finalmente, la sabiduría es el comportamiento orientado a un bien, lo que indica una dimensión crítica, ya que se trata de distinguir y separar el bien del mal, lo bueno de lo malo, lo cierto de lo falso, etc. No se trata ya de actuar según el momento, siguiendo nuestras apetencias, nuestras pulsiones, nuestras reacciones, sino de ser amos de nosotros mismos y guiar nuestras acciones por un camino consciente y justo tal como la razón o la moral. Nuestro hombre no busca el bien, no escucha sino a sus apetencias. No quiere sufrir, no quiere envejecer, tiene miedo de lo que le está pasando, y se enfada con toda persona o sugerencia que no sea conforme a sus expectativas. No le mueven ni la verdad ni el bien: está en un total estado de regresión infantil. Queda por saber si la sabiduría es necesariamente una cualidad o un simple consuelo: la racionalización a posteriori de una fatalidad poco llevadera…
LIBRO: Sabiduría de los cuentos sufis