Entre el AMOR y la PASIÓN 4.5/5 (2)

NARRADOR:

Había una vez una princesa que estaba locamente enamorada de un capitán de su guardia y aunque sólo tenía 17 años de edad, no tenía ningún otro deseo que casarse con él, aún a costa de lo que perdiera.

Su padre, que tenía fama de sabio, no cesaba de decirle:

 REY:

No estás preparada para recorrer el camino del amor. El amor es renuncia y así como regala, crucifica. Todavía eres muy joven y a veces caprichosa, si buscas en el amor sólo la paz y el placer, no es este el momento de casarte.

 PRINCESA:

Pero padre, ¡sería tan feliz junto a él!, que no me separaría un solo instante de su lado. Compartiríamos hasta el más oculto de nuestros sueños.

 NARRADOR:

Entonces el rey reflexionando se dijo:

 REY:

Las prohibiciones hacer crecer el deseo y si le prohibo que se encuentre con su amado, su deseo pro el mismo crecerá desesperado. Además los sabios de mi reino dicen:

“Cuando el amor os llegue, seguidlo, aunque sus senderos sean arduos y penosos”.

 NARRADOR:

De modo que al fin dijo:

 REY:

Hija mía, voy a someter a prueba tu amor por ese joven. Vas a se encerrada con él, cuarenta días y cuarenta noches en una celda. Si al final siguen queriéndote casar, es que estás preparada y tendrás mi consentimiento.

 NARRADOR:

La princesa, loca de alegría, le dio un abrazo a su padre y aceptó encantada someterse a la prueba. Todo marchó perfectamente los primeros días, pero tras la excitación y la euforia de los inicios no tardó en presentarse la rutina y el aburrimiento. Lo que al principio sonaba a música para los oídos de la princesa, se fue tornando en ruido y así comenzó a vivir un extraño vaivén entre el dolor y el placer, entre la alegría y la tristeza, por lo que antes de que pasaran dos semanas ya estaba suspirando por otro tipo de compañía, llegando a repudiar todo cuanto dijera o hiciese su amante.

A las tres semanas estaba tan hasta de aquel hombre, que se puso a chillar y a aporrear la puerta de la celda. Cuando al fin logró salir, se echó en brazos de su padre agradecida de que le hubiera librado de aquel ser al que había llegado a aborrecer.

Al poco tiempo, cuando la princesa recobró la serenidad perdida, le dijo a su padre:

 PRINCESA:

Padre, háblame del matrimonio.

 NARRADOR:

Y su padre, el rey, el dijo:

 REY:

Escucha lo que dicen los poetas de nuestro reino:

“Dejad que en vuestra unión crezcan los espacios.

Amaos el uno al otro, más no hagáis del amor una prisión.

Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis de la misma.

Compartid vuestro pan, mas no comáis del mismo trozo.

Y permanecer juntos, mas no demasiado juntos,

Pues ni el roble, ni el ciprés, crecen uno a la sombra del otro”

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