Sucedió que un hombre decidió invitar a un banquete a sus más íntimos amigos. Con tal propósito envió a su sirvienta al mercado, para que comprara leche en abundancia con la que hacer dulces para agasajar a sus huéspedes.
La criada se procuró varios litros de la mejor leche y se dirigía de vuelta a la casa, llevando el cántaro sobre la cabeza, cuando tuvo lugar un hecho lamentable.
Un milano, que acababa de cazar a una culebra, volaba por encima de la sirvienta. Como el reptil hiciese por soltarse, el ave apretó sus garras fuertemente, matando al reptil, de manera que salió veneno de éste y cayó sobre el cántaro de leche sin que la criada lo advirtiese.
Aquella noche, los invitados tomaron la leche y, al poco, todos fallecieron en medio de grandes dolores, a excepción del anfitrión que, por hallarse ocupado sirviéndoles, no la probó.
Los familiares de los fallecidos se querellaron ante el rey y acusaron al anfitrión de ser responsable de las muertes.
—Suya es toda la responsabilidad —dijo uno de ellos, cuando estuvieron en la sala de audiencias del palacio, ante todos los jueces y ministros—. Los invitados murieron en su casa, comiendo los dulces que él les ofreció y que ni siquiera había probado.
—Eso no es del todo exacto —afirmó un ministro—. La persona que convida a cenar a sus amigos no puede siempre probar todos los manjares que les ofrece. La culpa fue, a mi modo de ver, del milano, que apretó tanto entre sus garras a la serpiente que hizo que se derramase su veneno.
—No estoy de acuerdo —terció otro—. El milano no sabía que bajo él hubiera ningún cántaro. El ave se comportaba con arreglo a su instinto. Había cazado lo que solía cazar e intentó retener a la serpiente cuando ésta quiso escapar. La responsabilidad es, a todas luces, de la culebra, porque de ella y no de otro lugar vino el veneno que fue el agente de la muerte.
—La serpiente estaba muerta cuando se derramó su veneno —dijo uno de los allí presentes—. Y antes estaba prisionera y no podía sino intentar librarse de las garras del ave. ¿Cómo podéis acusar a la serpiente? Su voluntad no intervino para nada en el desarrollo de los acontecimientos. La culpa es de la sirvienta y sólo de ella, porque debería haber tapado convenientemente el cántaro de leche para que ésta no se ensuciase con nada.
Entonces intervino finalmente el sabio Siddhapati, consejero del rey, quien dijo:
—Todos habéis errado en vuestros juicios. El anfitrión no tuvo culpa, pues no podía probar todos los manjares; la criada, tampoco, pues nadie le mandó que tapara la leche y mal podía imaginar que algo así podía suceder; el milano había cazado como tenía por costumbre y la culebra estaba en poder ajeno.
—¿Quién, entonces, es el responsable de las muertes? —quiso saber el rey.
—Los muertos mismos son los responsables.
Esta respuesta llenó de estupor a todos los presentes.
—A todos les llegó, evidentemente, su hora de morir —continuó Siddhapati—. La concatenación de acontecimientos sirvió para que se cumpliera el destino de todos. Pero los libros nos dicen que lo que les sucede a las criaturas no es fruto del azar ni del capricho de un dios. El mundo está sujeto a la ley del karma, a la causa y al efecto. El anfitrión, la criada, el milano y la serpiente fueron tan solo instrumentos de su propio destino.
*Extraído del libro Las hierbas de la sabiduría, de Enrique Gallud Jardiel.