Historia de Karkatí o Visúchika
Había una vez en el norte del Himaláya una terrible rákshasí(bruja) llamada Karkatí, fea, negra y de enormes dimensiones. Siempre estaba hambrienta y nunca encontraba comida suficiente para saciar su apetito.
Acuciada por el hambre, pensó: Si puedo comerme de un golpe a toda la población de Jambúdvípa, mi hambre desaparecerá como un espejismo después de una tormenta. Y no será una acción indigna porque salvar la propia vida es lo más digno que puede hacerse. Pero como el pueblo de Jambúdvípa es piadoso, caritativo, devoto de los dioses y posee profundos conocimientos botánicos, no va a ser fácil engullir a todos sus pacíficos y bondadosos habitantes. Haré duras penitencias para conseguirlo, porque practicando austeridades se alcanzan muchas cosas que de otro modo resultan extremadamente difíciles!
Dicho y hecho, Karkatí subió a los picos nevados y comenzó a hacer penitencia permaneciendo erguida sobre una sola pierna. Se mantenía tan quieta y silenciosa que no se daba cuenta del paso de los días y de los años. Con el tiempo se quedó tan delgada que parecía un esqueleto cubierto por una piel transparente. Y así permaneció durante mil años.
El creador Brahmá, muy complacido por tan rigurosa penitencia, apareció ante ella con la intención de recompensar su increíble obstinación. Ella se inclinó mentalmente ante él y comenzó a reflexionar qué don le pediría para conseguir su demoníaco propósito. iAh pensó, le pediré convertirme en Visúchiká (traducido es aguja, pero también es la enfermedad del cólera) que actúa como una aguja viviente o Súchika en las entrañas de los hombres. Con esta forma podré entrar en el cuerpo de todos los seres vivos y calmaré mi insaciable apetito”. Cuando Brahmá le dijo que le expusiera sus deseos, ella le pidió resueltamente aquel poder. Brahmá aceptó y le dijo:
De acuerdo, serás Visúchiká. Tomando la forma de un objeto agudo y sutil, producirás dolor en las vísceras de todos los que coman alimentos contaminados y lleven una vida deshonesta. Pero ten en cuenta que cualquiera podrá librarse de tí entonando el siguiente mantrá:
“Hhimádrer uttare párshve karkati náma rákshasí visúcikábhidháná sánamná py abyáyabádhiká
omhrám hrím shrím rám vishnushattaye namo bhagavati vishnushaktiehi enám hara hara daha daha hana hana paca paca matha matha utsádaya dure kuni svahá visúcike
tvam himayantam gacchajivasára candramandalam gasosisvaha”.
Para ejecutar este mantra con perfección hay que mantenerlo en la mano izquierda, pensando en la luna, y pasar la otra mano sobre el paciente, que se recuperará de inmediato.
A continuación, querido Rama, aquella rákshasí de cuerpo espantoso comenzó a encogerse lentamente hasta tomar el tamaño de una diminuta aguja. Era tan pequeña que su existencia sólo podía ser imaginada, semejante a la Sushumna nádi que une la base de la médula con la coronilla, o a la conciencia álaya que describen los budistas. Y siempre iba acompañada por la enfermedad conocida como Visúchika.
Aunque se tomó tan sutil e imperceptible, su diabólica mentalidad no cambió en absoluto. Había obtenido el favor que había pedido a Brahmá, para satisfacer su deseo de devorar a todos los seres.
Aquella rákshasí de colosal tamaño prescindió de su poderoso cuerpo para cumplir su ambición de devorar a todos los hombres. Cuando uno está dominado por un deseo egoísta, puede llegar a desear hasta su propia muerte.
Visúchika estaba muy contenta pues era tan sutil como el aroma de las flores. Aunque dependía del prána de los demás, estaba entusiasmada con su poder.
Con sus dos formas de Súchiká (aguja) y Visúchikú (cólera), la rákshasí recorría el mundo afligiendo a los mortales con su terrible poder. La gente obtiene siempre lo que desea con verdadera intensidad y ella se había empequeñecido al máximo por su propia voluntad. La gente ignorante y egoísta pide a los dioses estupideces de esta clase, como aquella diablesa les pidió ser transformada en cruel aguja. La naturaleza innata de cada uno no se contrarresta fácilmente, ni siquiera con las penitencias más severas.
Súchiká entraba en el cuerpo de la gente débil u obesa, y se transformaba en Visúchikú. También entraba en e! corazón de personas sanas e inteligentes pervirtiendo su intelecto. Algunos podían librarse de ella por medio del mantrá o de otras medicinas, pero la mayoría caía víctima de esta diabólica obsesión. De este modo, la rákshasí recorrió el mundo durante muchos años.
Súchiká tiene numerosos lugares para ocultarse. Se esconde en el polvo y la suciedad del suelo, en los dedos sucios, en los hilos de la tela, en los músculos de nuestro propio cuerpo, en la piel de las manos y en cualquier resquicio del cuerpo, en sitios donde abundan las moscas, en los lugares llenos de hojas muertas, en sitios donde hay árboles podridos, en la ropa sucia, en la gente de sucias costumbres, en los troncos de los árboles que sirven de refugio a las moscas, en los charcos de aguas estancadas, en el agua contaminada, en las cloacas abiertas a lo largo de las calles, en las posadas visitadas por muchos viajeros, y en las ciudades en las que hay gran cantidad de animales sueltos.
Como una aguja de coser que ha sido muy usada por un sastre, a veces Súchiká se sentía cansada de su actividad destructiva y caía al suelo como si quisiera descansar un poco. Pero la crueldad es la función natural de Súchiká, y del mismo modo que la aguja nunca deja de tragar hilo, Súchiká nunca paraba de tragar víctimas.
Hasta la gente más depravada y cruel se apiada cuando ve a otros castigados por la desgracia durante muchos años. Por esa razón, Súchiká vio con preocupación el hilo sin fin con el que agujereaba todas las telas que se ponían a su alcance, e imaginó que aquel paño oscuro que había sido cosido por ella cubría su cara y tapaba sus ojos. Se preguntó: ¿Cómo puedo rasgar este velo?. Ella penetraba igual en los paños blandos, la gente buena, que en los duros y espesos, los malvados, porque los locos no distinguen entre lo bueno y lo malo.
Sin ser atacada ni provocada por nadie, Súchiká procuraba la destrucción y la muerte de todo el mundo; unida a su peligroso hilo, siempre estaba dispuesta a trabajar. Conocida también como Jíva-súchiká, se mueve en todos los seres con la ayuda del prána y el apána, sometiendo al jíva a terribles dolores como la gota y el reumatismo. Como toda la gente depravada, disfrutaba con el dolor de los demás.
Después de vivir durante muchos años de ese modo, la rákshasí Karkatí estaba deprimida y se arrepintió de aquel deseo de devorar a la gente que le había costado tan severas penitencias durante mil años y la había terminado convirtiendo en una miserable aguja y en el virus del cólera. A menudo se lamentaba amargamente de la desgracia que ella misma había buscado.
¿Cómo puedo comparar mi estupendo cuerpo anterior con esta miserable forma de aguja?. Caigo en el barro y soy pisoteada y despreciada por la gente. No tengo amigos, nadie siente piedad por mí. Estoy perdida. Carezco de morada fija, y no tengo un cuerpo que merezca ese nombre. He perdido mi mente y mis sentidos. La mente que camina hacia su ruina, crea primero el engaño y la maldad que se convierten luego en desgracia y sufrimiento para ella misma. No soy libre, siempre estoy a merced de los demás. Estoy en las manos de los otros y hago siempre lo que ellos quieren con sus dedos o con su prána. Deseaba calmar mi hambre devorándolos a todos, pero ha sido peor el remedio que la enfermedad, y ahora siento una angustia mucho peor. Debo de estar loca, he abandonado un cuerpo poderoso y espléndido para elegir deliberadamente esta despreciable forma de aguja. ¿Quién va a librarme ahora de esta asquerosa existencia más miserable que la de un gusano?. La compasión hacia una desgraciada criatura como yo no puede surgir en el corazón de los sabios. ¿Cuándo volveré a ser grande como una montaña y a beber la sangre de los grandes animales?. Volveré al ascetismo y haré duras penitencias como las que hice antiguamente.
Karkatí abandonó su deseo de devorar a los seres vivos y se trasladó al Himaláya para hacer nuevas y severísimas penitencias. Se puso de nuevo sobre una sola pierna y tal era su concentración que desprendía humo por la coronilla. Con ello produjo una nueva súchiká, una compañera que estaba junto a ella, como una sombra.
Los árboles del bosque estaban sinceramente asombrados de las penitencias de Súchiká y la cubrían de polen para alimentarla. Pero ella permanecía firme en su resolución y no quería probar alimento. El rey del cielo también le envió alguna comida, pero no consintió tocarla. Así permaneció durante siete mil años, completamente inmóvil, sin vacilar ante el viento, la lluvia o el fuego.
Karkatí quedó completamente purificada por su intensa penitencia. Había limpiado todas sus tendencias negativas y alcanzó la más alta sabiduría. La energía de su penitencia iluminó los Himalayas como el resplandor de un incendio. Indra, el rey del cielo, escuchó del sabio Nárada este historia sin precedentes:
La despreciable diablesa Karkatí se transformó en una aguja viviente. Con esta forma penetraba en el cuerpo de los pecadores y atormentaba sus músculos, su sangre y sus articulaciones. Causaba dolor en los cuerpos que tomaban alimentos impuros como la carne, etc ..
También entraba en los cuerpos de carroñeros y devoraba los cadáveres.
Por el tremendo poder de su penitencia, había adquirido también la facultad de entrar en la mente y en el corazón de los hombres y de este modo participaba en todo lo que hacia su anfitrión. Nada parecía imposible para quien era tan imperceptible y sutil como el viento.
Sin embargo, como unos seres le gustaban más que otros y apreciaba unos sabores más que otros, se sentía muy atraída hacia ellos y los buscaba con afán. Circulaba libremente por el mundo y en cuanto tenía algún problema regresaba a su cuerpo de aguja y se quedaba allí, como hace la gente ignorante cuando tiene problemas que no puede resolver.
Pero no se sentía satisfecha porque sólo una realidad existente puede proporcionar verdadera satisfacción, pero ella tenía un cuerpo prácticamente inexistente. Y por ello Súchiká seguía sintiéndose tan miserable «insatisfecha como antes, o aún más si cabe. Para recuperar su primitivo cuerpo de rákshasi gigante, ha comenzado anacer nuevas penitencias. Entró en el cuerpo de un buitre que la ha opositado en la cumbre de los Himalayas, donde continúa su dura tarea sin descanso. Si no interrumpes sus prácticas, poderoso Indra, la rákshasi puede llegar a destruir el mundo por el poder de sus penitencias.
Al oír esto, Indra envió a Váyu, el dios del viento, a buscar el punto exacto donde Súchiká cumplía su temible decisión. Volando sobre los diferentes sistemas planetarios, Váyu llegó finalmente a la tierra y descendió sobre los Himalayas que carecían totalmente de vegetación por su proximidad al sol.
En los Himalayas, Váyu descubrió a la ascética Súchiká que permanecía erguida sobre una sola pierna. Como no comía nada en absoluto, se había quedado completamente seca. Váyu entraba en su boca, pero ella lo escupía una y otra vez. Había retirado su prana a la coronilla de su cabeza y permanecía quieta como un perfecto yogui. Váyu quedó tan sorprendido de su aspecto como de su inquebrantable voluntad. Ni siquiera fue capaz de hablarla. Convencido de que estaba practicando una gran penitencia, regresó al cielo para informar a Indra:
Señor, en el continente Jambúdvipa, Súchiká está practicando una penitencia incomparable. Ni siquiera permite que el viento entre en su boca. Para superar su hambre, ha hecho su estómago de metal y nada puede alterarlo. Ve inmediatamente a ver a Brahmá y ruégale que la tranquilice y le conceda el don que desee. En caso contrario, el poder de sus penitencias puede destruirnos a todos.
Entre tanto, Súchiká se había purificado por completo por su severa penitencia. Solamente sus otras dos formas, su sombra y el fuego de sus austeridades, eran testigo de sus penitencias. Al entrar en contacto con ella, incluso el aire y las partículas de polvo alcanzaban la liberación final. Por el autoexámen de su inteligencia interna, había conseguido el conocimiento directo de la suprema causa incausada. Puedes estar seguro, querido Rama, de que la investigación del movimiento del pensamiento en nuestra propia conciencia es el mejor gurú que podemos encontrar
Liberación final de Súchiká
Brahmá accedió a la petición de Indra y fue a ver a Súchika y le dijo: iPídeme el don que desees y concluye tu penitencia!.
Ella reflexionó y le respondió interiormente:
He alcanzado la realización del absoluto y ya no tengo dudas ni deseos de ningún tipo. ¿Qué puedo hacer con tus dones?. Cuando era una mujer ignorante, estaba obsesionada con mi deseo de ser una rákshasí; pero ahora, después del autoconocimiento, ese fantasma ya me ha abandonado por completo.
Brahmá replicó con énfasis:
El orden eterno del mundo no puede quebrantarse, ascética Súchiká. Y él ordena que recuperes tu primitivo cuerpo y vivas felizmente durante muchos años hasta alcanzar la liberación final. Mientras tanto vivirás una vida iluminada, afligiendo solamente a los malvados y a los pecadores, aunque también causarás cierto dolor a los que necesitan satisfacer su hambre natural.
Súchika aceptó lo que Brahmá le decía y al momento su cuerpo de aguja creció hasta tomar colosales dimensiones. Aunque había recuperado su forma demoníaca, Karkatí permaneció en postura de loto durante mucho tiempo, totalmente desprovista de sus antiguas y malvadas intenciones. Después de seis meses recuperó de nuevo la conciencia del mundo exterior e inmediatamente sintió hambre, porque tan pronto como el cuerpo vuelve a vivir, queda sujeto a las leyes físicas como el hambre y la sed.
Karkatí pensó:
¿Qué puedo comer?. ¿A quién tengo que devorar?. La destrucción de otros seres vivos para prolongar la propia vida está condenado por los sabios. Si por privarme de consumir tales alimentos prohibidos, tengo que abandonar mi cuerpo, no veo ningún inconveniente en ello. Para una persona iluminada como yo, no hay ninguna diferencia entre la vida física y la muerte.
Mientras pensaba todo esto, oyó una voz etérea que decía:
iKarkatí!, la única misión de los seres iluminados es acercarse a la gente ignorante y despertar en ellos la compasión y la sabiduría. Si te esfuerzas por iluminar a alguien y no lo consigues, será señal de que está preparado para la muerte. No cometerás ninguna falta devorando a esos ignorantes.