Había una muñeca toda ella de sal, que vivía en un gran país.
Un día oyó hablar de algo que le resultó totalmente desconocido y atrayente: el océano.
Hasta tal punto que decidió ponerse en camino para conocerlo, aunque le costase semanas y semanas de duro caminar, estimulada solo por el deseo de conocer aquel ser fascinante: el océano.
Finalmente, llegó a la playa, desde donde por primera vez podía ya contemplar, imponente, infinito, el objeto de su búsqueda. Sobrecogida y feliz al mismo tiempo, la muñeca de sal se dirigió directamente al mar para decirle: «¡Hola, océano! Me han hablado tan bien de ti que no he podido resistir el impulso de venir desde muy lejos a conocerte».
El océano le respondió, con voz amable: «Muy bien, muy bien, pero si de verdad quieres conocerme, avanza hacia mí, ven…».
Y la muñeca, obediente, avanzó por la arena hasta que una ola le cubrió los pies. Entonces, se dio cuenta, sorprendida, de que sus pies le desaparecían, disueltos en el agua. Se sentía algo asustada pero al mismo tiempo contenta, porque empezaba a conocer al océano de una manera especial.
Mas el océano insistió: «Si de verdad quieres conocerme, continúa andando…».
Y la muñeca siguió avanzando, decidida, agua adentro, sintiendo cómo su cuerpo se iba deshaciendo en ella. Pero al mismo tiempo que experimentaba el sobrecogimiento de la pérdida, sentía el gozo de transformarse en el objeto de su larga búsqueda: ¡Ahora ya sabía qué era el océano!
Libro: Camino hacia el silencio