Hace mucho, el dios Prometeo, al moldear a los hombres, les dio dos alforjas: en una de ellas debía colocar los defectos ajenos y en la otra, los defectos propios.
Pero el hombre decidió colocar la alforja de los defectos ajenos delante y la de los defectos propios, detrás, a su espalda. De esta forma, nunca vería sus propios defectos y siempre tendría presentes los defectos ajenos.
Moraleja: «Los hombres tendemos a ver antes los defectos ajenos que los defectos propios»
(‘Las dos alforjas’ – Hesíodo)