Una mujer acudió al rabí lamentándose de que no podía concebir un hijo y pidiendo al rabí consejo y ayuda.
-Ah –dijo el rabí-, es muy difícil. Pero ¿sabes?, a mi madre le ocurrió lo mismo. Pasaron muchos años sin que pudiera concebir un hijo, de modo que fue a ver al gran rabí Bal Shem Tov. Él solamente le hizo una pregunta: «¿Qué estás dispuesta a dar y qué estás dispuesta a hacer?».
Ella reflexionó acerca de ello. Era una mujer pobre y no tenía muchas posesiones. Finalmente, se encaminó a su casa y cogió su más valiosa posesión, el chal que había llevado en su boda, una herencia familiar que había pertenecido también a su madre y a su abuela. Entonces regresó con él a ver al rabí. Pero como era pobre, tuvo que regresar andando, y cuando al fin llegó, el rabí itinerante se había trasladado a otro pueblo.
Caminó durante seis semanas de un pueblo a otro, llegando en cada ocasión justo cuando Bal Shem Tov había partido. Finalmente, le alcanzó. Él aceptó el regalo y se lo entregó a la sinagoga local. Mi madre regresó caminando hasta su hogar — -concluyó el rabí- y un año después concibió un hijo.
-¡Qué maravilla! -gritó la mujer, verdaderamente aliviada-. Tengo mi chal de boda en casa. Te lo traeré, se lo das a la sinagoga ¡y seguro que concibo un hijo! -Ah –dijo el rabí, sacudiendo tristemente la cabeza-. Desgraciadamente, eso no servirá. La diferencia es que ahora tú has escuchado esta historia, mientras que mi madre no tenía historia alguna a la que ceñirse.
Descripciones, no prescripciones.
Esta es la razón de que la Enseñanza se haya asimilado tradicionalmente a «un dedo señalando a la Luna». Saca a tu perro a pasear una noche. Dile: «¡Eh, mira!», y señala dramáticamente hacia la Luna. Lo más probable es que tu perro se quede mirando expectante tu dedo. El animal muestra gran devoción, y eso es muy cautivador, pero demuestra una fundamental carencia de entendimiento, de cualquier capacidad de ver más allá. Estancarse en la historia, o en elementos de la Enseñanza, o en prácticas, o en un gurú o un instructor, o en experiencias espirituales, es quedarse mirando el dedo sin percatarse de que solo es una indicación. Ninguna de esas cosas tiene la menor importancia en sí misma. Extiende tu mirada más allá de ellas y dirígela hacia el lugar a donde señalan.