Parábola budista: LA FLECHA ENVENENADA 4.67/5 (6)

Buda, en la búsqueda de la iluminación, también intentaba descubrir cómo liberarnos de la ignorancia y el sufrimiento.

Al igual que otros grandes sabios del pasado, propuso una filosofía práctica que nos anima a centrarnos en las cosas más sencillas como una vía para alcanzar metas mayores.

El taoísmo lo resumió perfectamente en una frase:

“un camino de mil kilómetros empieza por un solo paso.”

Sin embargo, en la vida cotidiana nos resulta difícil aplicar estas enseñanzas.

Gautama Buda le contó esta historia a un discípulo que se mostraba impaciente por escuchar del maestro las respuestas a las “14 preguntas sin respuesta” relacionadas con cuestiones metafísicas como la vida después de la muerte.
La colección de textos atribuidos a Buda que forman parte del Canon Pali, es donde encontramos esta parábola:

“Hubo una vez un hombre que fue herido por una flecha envenenada.

Sus familiares y amigos querían procurarle un médico, pero el enfermo se negaba, diciendo que antes quería saber el nombre del hombre que lo había herido, la casta a la que pertenecía y su lugar de origen.

Quería saber también si ese hombre era alto, fuerte, tenía la tez clara u oscura y también deseba conocer con qué tipo de arco le había disparado, y si la cuerda del arco estaba hecha de bambú, de cáñamo o de seda.

Decía que quería saber si la pluma de la flecha provenía de un halcón, de un buitre o de un pavo real…

Y preguntándose si el arco que había sido usado para dispararle era un arco común, uno curvo o uno de adelfa y todo tipo de información similar, el hombre murió sin saber las respuestas”.

Al leer la parábola la primera idea que nos viene a la mente es que la actitud del hombre herido es absurda y necia. Sin embargo, Buda nos está diciendo que todos nos comportamos de la misma manera sin darnos cuenta.

De cierta forma, todos estamos heridos con esa flecha envenenada ya que, antes o después, moriremos. Sin embargo, vivimos sin ser plenamente conscientes de nuestra mortalidad, por lo que a menudo le damos una importancia excesiva a cosas intrascendentes que nos impiden disfrutar del presente sumiéndonos en un estado de preocupación innecesario.

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