Durante muchos años Ibrahim Ad’ham siguió viajando, mendigando para comer, aprendiendo del mundo y predicando con el ejemplo.
Una vez encontró a un hombre que quería darle algún dinero.
Ibrahim respondió: “Si es usted rico, aceptaré su oferta; si es pobre no”.
El hombre respondió que, en verdad, era inmensamente rico.
“¿Cuánto dinero tiene usted exactamente?”
“Tengo cinco mil monedas de oro”.
“¿Y querría tener diez mil?”.
“¡Sí, por supuesto!”.
“¿Y preferiría veinte mil?”.
“¡Sería maravilloso!”.
“¡Usted no es rico en absoluto! En realidad, necesita ese dinero más que yo estoy satisfecho con lo que Dios me da. Me sería imposible aceptar algo de parte de alguien que está tan necesitado y siempre está anhelando más!”