El ROMANCE sagrado con la princesa llamada la BLANCA FLOR DEL MAYAB 5/5 (1)

La Península de Yucatán, en el Sureste de México, es la zona arqueológica más rica de América, que se extiende hasta Honduras y Guatemala.

 Poblado desde remotísimos tiempos por la raza mayo, este territorio se llamó “El Mayab” (Ma: no—yaab: muchos—es decir: la tierra de los pocos, la tierra de los escogidos).

NOTA tomada de Don ANTONIO MEDIZ BOLlO.

 

 

Soy el más pobre e infeliz de los mortales, pero ahora tengo mi me­dida llena, y para mi dicha no hay limites porque me ha amado la Sagrada Princesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab.

Por ella suspiré durante muchos años de muchas generaciones, aguardando la hora en que se dignase descender a mi y llevarme a la Sagrada Tierra del Mayab.

Pero durante todo el tiempo que creía esperarla y que creía aguardar su aparición, yo estaba en realidad marchando hacia ella y hacia la Santa Tierra Bendita del Mayab.

¿Mas, cómo podré describir este andar de los años en desiertos y en sierras, este andar de un anhelo solitario que sólo vive cuando el cuerpo se aquieta?

¿Cómo podré decir a quien lea esto en qué consiste ese andar para poder recibir un solo beso de la Sagrada Princesa Sac-Nicté?

¿Cómo poder explicar a la Sagrada Princesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab y su beso que es el beso que arrebata a los hombres de la muerte y les lleva al origen de su linaje Maya donde se en­cuentra el camino que en Verdad es la Vida?

La he visto envuelta en su glorioso esplendor de sencillez y luz, como jamás podría imaginarlo el hombre que medra en el valle de los sueños, recorriendo el sendero de la muerte.

La besé, y sus labios rozaron los míos levemente.

Y esa levedad fue un roce de fuego que encendió mi sangre y dio vida a mi carne y con sus llamas consumió la petrificada escoria que me apartaba de ella.

Ya ha transcurrido un tiempo desde ese amanecer de primavera cuando quedé desnudo ante ella, libre de infernal ropaje que son los siete mantos de toda ilusión. Y al recordar su beso, mi corazón palpita ansioso de consumirse en ella, y todo en mi arde, transformando mi ser.

Nada me dijo con palabras la Sagrada Princesa Sac-Nicté, la Blan­ca Flor del Mayab.

Nada me dijo con palabras y no podía querer decirme nada así, porque ella es como una sola palabra que es todas las palabras; y en su mirar, que es plenitud de vida a que despierta el alma, hay la luz que nos muestra la entrada a la Tierra del Mayab y nos colma por los siglos de los siglos, y hace de los hombres de barro una medida más del Gran Señor Escondido para quien no habrá nunca un nombre capaz de describirlo íntegramente.

Y en esa mirada que es plenitud y amor de la Princesa Sac-Nicté, aspiré el singular perfume que emana de la más pura flor del Mayab y en mis oídos oí:

—Me has visto, me conoces, has gustado los besos de mis labios. Tú estás en mí, yo estoy en ti, eres eternamente mío. No podrás olvidarme jamás y mi recuerdo será tu consuelo en la soledad y tu emo­ción te traerá a mí cuando quieras venir.

¿Podré decir algo además de esto?

¡Ay! ¡Hombre de linaje Maya!

Hazte ojos para ver, oídos para oír, ábrelos, escucha y despierta

para poder también morir.

¡Morir íntegramente de una sola vez!

Porque la plenitud que es ella, la Princesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab, sólo la encuentran los hombres en cuyas venas corre la sangre del linaje Maya; son los que nacen a la vida que enciende el beso de sus labios, y ese beso es el beso de la más dulce muerte por­que es el besar de la Resurrección con la que toda carne verá la sal­vación de Dios.

Despertarás un día y luego morirás y serás libre, completamente libre para poder convertir tu barro en una ánfora justa en la que pue­da volcar el Gran Señor Escondido aquella comida y aquella bebida, la única comida y la única bebida con que podrá saciar su hambre y su sed de justicia todo aquel que procura evadirse del valle de la muer­te para alcanzar la cima de las hermosas cumbres del Mayab.

Me acerqué a ella, a la Sagrada Princesa Sac-Nicté, Blanca Flor del Mayab, en un amanecer de primavera, en una de las tantas vuel­tas con que la Tierra también se allega al Sol para cambiar besos con él, darle su savia y recibir su simiente, y fecundar su vientre par coma también de aquel amor su vástago, la Luna.

Y es la savia que nos da la Tierra y la simiente que Sol, lo que nos hace comprender al Hombre y dar vida a la Luna y servir y adorar todo aquello que nos dejó en herencia todo Hijo del Hombre, ya sea del Mayab, ya sea de Belén que es la Casa del Pan; ya sea del elevado Monte Sinaí, ya sea nacido bajo la sombra de un sagrado árbol de Bo…

Esta es la herencia de la comprensión.

Y la Sagrada Princesa Sac-Nicté es la amante que lo da en amor, y la madre que lo ofrece en sus senos para quien quiera amamantarse de ella; sin este amor nadie verá a la Princesa Sac-Nicté, la blanca Flor del Mayab, porque el amor es la fuerza que ella da al hombre enamorado de su encanto y que se hace a sí mismo servidor del Mayab.

La noche anterior a su sagrado beso estaba yo en tinieblas, bus­cando como una criatura extraviada busca a su madre cuando tiene hambre, y yo quería asir el hilo que me diese certeza y fuerza para poder andar. Y la llamaba diciéndole: ¡Ven! ¡Ven! ¡Ven!… Pero la Madre Tierra se apiadó de mí y me sumió en un profundo sueño…

Y de este sueño me despertó el corazón con su violento palpitar de ansiedad, y al despertar advertí un extraño perfume que colmó mi emoción porque intuí que era el perfume de ella, de la Sagrada Prin­cesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab.

Yo, pobre e infeliz mortal, ahuyenté el sueño de mis ojos, afiné mis oídos…

Y miré hacia las cumbres de los montes andinos, divisé sus silue­tas perdidas en tinieblas. Un trozo de la luna se acercaba a mamar en el seno de la Tierra. Sin embargo, todo seguía oscuro, pero todo palpitaba en el gran silencio. La claridad de la primera aurora, aquel plateado reflejo que precede a la) luz, iluminó poco a poco la cumbre de los montes. Desde las ramas de los árboles vi elevarse en un vuelo algunas aves, no había aún gorjeo en ellas y aun los animales despertaban ya para adorar la luz.

 

Sólo el hombre dormía.

 

Y en ese recogimiento que unifica la vida, cuando el alma de la Sagrada Tierra se prepara a tomar la simiente del Sol, el espasmo de dicha también era silente.

 

Únicamente el hombre alborotaba.

 

Me recogí en el silencio de mi mismo, sabiéndome un mendigo de aquella comunión a la que no puede aspirar sino el osado en quien arde la sangre de los hombres Mayas.

Y apareció la luz.

Palpitó aún un poco de tristeza en este miserable corazón de barro porque sentí el fuego y supe que moría para siempre en ese instante, pero moría gozoso porque quería morir…

Entonces ella, la más hermosa entre todas las hermosas, la Sa­grada Princesa Sac-Nicté, Blanca Flor del Mayab, mostró sus labios para que los besara y su amante sonrisa me encendió únicamente cuando hubo muerto la última gota de temor y de tristeza en mi corazón de barro.

La Tierra entonces se nutrió de Sol, yo me nutrí del fuego del amor.

El corazón de barro se abrió y el fuego lo coció y lo hizo ánfora para el Gran Señor Escondido y los labios de la Princesa Sac-Nicté soplaron en el barro e hicieron de él una forma con su inefable aliento de la Eternidad.

En ese instante yo sentí su beso. Y en ese instante comenzó a vibrar la vida de verdad en todo en cuanto yo fijé mis ojos, porque era YO, YO, YO quien en mi corazón decía que miraba y ese YO que decía era la dulce voz de mi Princesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab que no habla ni dice con palabras porque ella es todas las palabras a la vez.

Las aves rompieron en su canto al unísono, dando comida a mi alma cuando la luz se hizo sobre ellas por encima de los montes andi­nos; las hojas de los árboles se hicieron a si mismas la voz siempre ma­dura y verde de la vida, y cada una de ellas era como era yo, tran­sitoria y eterna a la vez, y por encima de las cumbres de los montes andinos vi como huyeron las tinieblas cuando llegó la luz.

¿Qué sucedió después?

No podría decirlo aunque quisiese. Nadie puede decirlo, nadie podrá jamás decirlo con verdad porque esas son palabras que sólo puede pronunciar con sus besos mi Sagrada Princesa Sac-Nicté, la Blanca Flor del Mayab y su beso es la sagrada palabra del Mayab que es todas las palabras a la vez.

Pero puedo decir que en ese instante muere el hombre de barro cuando en sus venas corre la ardiente sangre del linaje Maya. Y entiende para qué y por qué fue hecho a Imagen y Semejanza de su Creador.

Sabe también que a partir de ese entonces vivirá uncido al Ma­yab sin poder ignorar ni olvidar su entendimiento y que pasarán los mundos, los hombres, las estrellas, los soles, pero jamás pasará la palabra Mayab, que es la palabra de EL.

Si eres un hombre de linaje Maya, he aquí que YO hablo ahora esa palabra en lo profundo de tu corazón para que a ti también te hable con su beso la eternamente bella y Sagrada Princesa Sac-Nicté, y se cuezan tu barro y tu agua para que cuando el agua se evapore y el polvo de tu barro al polvo vuelva, quede tu ánfora viva en el amor del Gran Señor Escondido.

Para que se cumpla la profecía del Sagrado Chilam Balam de Chumayel que dice que “no está a la vista todo lo que hay dentro de esto, ni cuanto ha de ser explicado. Los que lo saben, vienen del gran linaje de nosotros, los hombres Mayas. Ellos sabrán lo que esto signi­fica cuando lean. Y entonces lo verán y entonces lo explicarán”.

Y así también se cumplirá en vosotros la santa profecía del Ma­yab de Jesús y vendrá un día en que sabréis que “no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros”.

 

¡Ay! Para muchos el beso de la Sagrada Princesa Sac-Nicté marca el fin de sus cuitas.

Y calor de su recuerdo hallan abrigo en el invierno de su vivir de barro.

Para mi, en cambio, su beso fue el comienzo de un camino in­finito en la eternidad.

 

Y por eso, quizás, haya sido sólo un, beso fugaz, para que siguiese marchando en busca de ella por todos los senderos del Mayab.

Bien me doy cuenta de que para los más, todo esto es sueño y es locura.

Pero los más son los hombres de barro y mi linaje es Maya.

Y yo digo estas cosas para los hombres cuya sangre es Maya.

Aunque ahora no entiendan acabadamente lo que está escrito aquí, algún día sabrán y entenderán y leerán y me comprenderán lo que quiero decir porque el Mayab es uno y tiene muchos nombres, y el Universo es uno y tiene muchas formas.

Y el Mayab ha dado muchos hijos y ha hecho a muchos hombres realmente a Imagen y Semejanza de su Creador.

Por eso os aseguro que yo soy el más pobre e infeliz de los mor­tales porque ya nada es mío, y todo es del Mayab.

Pero también he escrito que tengo mi ánfora llena y colmada de una secreta dicha que no podré perder aunque quiera perderla por­que es la dicha del Mayab y seguiré andando siempre con la Sagra­da Princesa Sac-Nicté aunque a veces ocurra que mis ojos no la vean.

Seguiré andando con ella, porque solamente con ella y en ella estoy despierto.

Y en la embriaguez de tan singular vigilia, quisiera ahora volcar un poco de justicia como me ha sido dado conocer.

Os aseguro que soy el más pobre e infeliz de los mortales, que ciada tengo que pueda llamar mío, y aun esta vida que tengo tam­bién me ha sido dada, pero sólo a mi incumbe saber por qué y para qué me ha sido dada.

Extracto del segundo capitulo del libro: El vuelo del la Serpiente Emplumada – Armando Cosani

 

Descarga el libro, EL VUELO LA SERPIENTE EMPLUMADA de Armando Cosani

 

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