Cuando comprendamos la eternidad entenderemos más fácilmente la idea de que, estando sujetos a los ciclos universales, nada empieza ni termina, sino que se encuentra en un continuo estado cambiante de “ser”.
Vivimos en un universo cíclico. Según nos explica en estos tiempos la astrofísica, los cuerpos celestes tienen varias fases cíclicas de existencia correspondientes a formación, desarrollo, clímax, decaimiento y disolución. Tal secuencia es constatada diariamente desde los observatorios astronómicos mediante evidencia de explosiones que cotidianamente en un extremo producen y en otro desintegran planetas, estrellas y hasta sistemas solares completos.
Esta noción es aplicable a nosotros como seres humanos. Aunque muchos “avanzados” en el campo de la espiritualidad certifican haber abandonado todo viso religioso en su vida, sus palabras y actitudes denuncian una predilección por considerarse (a sí mismos y a todos los humanos) piezas ejemplares del universo que de alguna manera no están sujetas a las leyes cósmicas.
Nos pensamos diferentes, eternos, que nuestro camino existencial y el desarrollo como seres dotados de personalidad individual nunca terminan. Esa noción está basada, aunque ocultamente, en dogmas religiosos ilógicos que nos hacen creer que somos criaturas especiales en el universo.
Esta situación se debe a que la limitación intelectual de la mayoría de los seres humanos nos obliga a usar analogías, alegorías y mitologías para explicar conceptos espirituales.
Por ejemplo, cuando se dice que en nuestro desarrollo vamos “ascendiendo”, eso es una analogía porque un mayor conocimiento no lleva literalmente nuestro consciente a ningún lugar como tal.
El desarrollo espiritual no es otra cosa que una expansión continua de nuestro consciente, lo que significa que nuestro próximo “grado” espiritual es alcanzado solamente mediante una comprensión más clara de información recibida y experimentada sometida a prueba por la experiencia.
Por supuesto, a partir de cierto “grado” logramos notar claramente las analogías, alegorías y mitologías como lo que son y nuestra capacidad de aprendizaje aumenta exponencialmente.
La mayor analogía malentendida del ser humano es su concepto de Dios. Tal concepto se originó por una necesidad de nuestro pasado antropológico remoto y parece increíble que cientos de miles de años después, aun con los grandes descubrimientos extraídos de la naturaleza, todavía los traigamos arraigados. Cuando nuestra especie daba sus primeros pasos, con un razonamiento escaso, le dimos cualidades humanas a los fenómenos naturales creando en nuestra imaginación una variedad de entidades poderosas invisibles. Por sus poderes mayores a los nuestros, el Sol, la lluvia, el viento y otros cobraron personalidad propia en nuestra mente y para congraciarnos con ellos para nuestro beneficio inventamos una variedad de rituales para rendirles tributo y mostrarles nuestro sometimiento.
Con el correr de los milenios fuimos “corregidos” mediante información nueva que decía que lo que existía era una sola entidad poderosa invisible manifestada de diferentes maneras. En aquel momento comenzó la erradicación del politeísmo con la proposición de las ideas más avanzadas del monoteísmo
Ese concepto, que hasta ha recibido el nombre “Dios” y ha sido moldeado y remoldeado por las diferentes religiones, persiste hoy día entre la gran masa humana porque continuamos enfocados más en la analogía que usó Akenatón que en lo que ésta representa.
¿Significa eso que todo aquel que, como yo, no reconozca a “Dios” como creador ni esté de acuerdo con sus características humanas sea automáticamente ateo? No lo creo. El ateísmo implica un rechazo activo de la existencia de una personalidad suprema, mientras que posiciones como la mía tienden a proponer que eso que la gran masa humana llama “Dios” simplemente está fuera de nuestro alcance intelectual y espiritual.
Visto de cierto modo, comprenderemos porqué algunas filosofías esotéricas requieren iniciación y mantienen sistemas de grados de estudio. Aunque sé que muchas personas consideran esto un tipo de elitismo, también puedo entender su utilidad. Todo el conocimiento universal está disponible a todos los seres humanos, pero no todos los seres humanos están capacitados para entenderlo. Esta es la realidad de las cosas. La iniciación asegura que los aceptados a ciertos estudios están capacitados para entenderlos, que todos los integrantes de cada grado tienen afinidad para la instrucción y que cada individuo puede avanzar a su propio paso.
Wallice Jusino de la Vega: LIBRO – La resonancia espiritual