Una persona espiritual se puede volver adicta a subidones espirituales, y de esa forma se pierde la experiencia de la Verdad. La adicción espiritual aparece cuando sucede algo estupendo y lo sientes igual que si estuvieses bajo el efecto de una fuerte droga. En cuanto lo obtienes, deseas más. No hay droga más potente que la experiencia espiritual. El componente intelectual de esta adicción te hace creer que si tuvieses suficientes experiencias de ese tipo, te sentirías bien todo el tiempo. Es como la morfina. Cuando te rompes un brazo, recibes una dosis de morfina en el hospital y piensas: «Si me diesen una gotita permanentemente, la vida sería relativamente placentera, independientemente de lo que sucediera». Las experiencias espirituales se convierten a menudo en esto, y la mente las clasifica según su patrón habitual: «Si tuviese esta experiencia todo el tiempo, sería libre».
Enseguida te das cuenta de que tu estado no es mucho mejor que el de un simple borracho, con la excepción de que el borracho sabe que tiene un problema, pues el alcoholismo no está bien visto culturalmente. Una persona espiritual está convencida de que no tiene ningún problema, cree que su ebriedad es distinta de las demás y opina que la solución reside en seguir espirítualmente ebrio permanentemente. La mente de un adicto funciona así: «Lo conseguí y lo perdí. Lo necesito. No lo tengo».
Nuestra cultura considera miserables a casi todas las personas que padecen alguna adicción. Pero en el mundo espiritual la cosa cambia. El buscador cree que la adicción espiritual es distinta de las demás. No se considera un yonqui. Es un buscador espiritual.
Este problema perdurará mientras una parte de ti siga esperando el subidón de la experiencia. Cuando eso se empiece a desmoronar, verás que las experiencias agradables, maravillosas y estimulantes son como borracheras agradables y placenteras. Te sientes genial durante un breve periodo de tiempo y después experimentas la reacción contraria. El subidón de la experiencia espiritual va seguido del bajón espiritual.
He podido comprobarlo en muchos estudiantes.
Cuando estas experiencias de subidones y bajones se suceden durante un tiempo suficientemente largo, empiezas a comprender que la experiencia del subidón no es más que un péndulo al que le sigue un bajón. Al alcanzar un momento ordinario, tal vez comprendas que los movimientos del péndulo son reacciones opuestas pero iguales. Verás que no se puede mantener un solo lado del movimiento pendular, pues su naturaleza le lleva a moverse de un lado a otro. No podrás detener el péndulo en ningún momento.
Éste es el movimiento del buscador, pero también es el movimiento del yo, pues siempre está interesado en las reacciones opuestas y en las iguales, y siempre está intentando mantener una experiencia, evitando otras. Eso es lo que hace el yo. Persigue lo bueno y evita lo malo. Mientras la identidad siga ligada a este movimiento, aunque estés en un subidón espiritual que te parezca muy noble, nunca llegarás a ser libre. Así no podrás ser libre, pues no podrás mantener la experiencia. Por su propia naturaleza, la libertad no tiene nada que ver con el mantenimiento de una experiencia concreta, pues la naturaleza de la experiencia reside en el movimiento. Se mueve continuamente, al igual que un reloj en marcha.
El yo personal cree que cuando se siente mejor está más cerca de su verdadera naturaleza y que cuando se siente mal está más lejos. Pero después de vivir en este movimiento de «lo tuve pero lo perdí», al cabo del tiempo ese yo deja de creerse su engaño. Comienza a entrever algo, a reconocer que la libertad no consiste en eso.
El buscador espiritual puede invertir toda su existencia y su identidad en esta experiencia pendular. Si ves que te has pasado la vida, y tal vez muchas vidas, intentando mantener tu experiencia en un estado emocional de subidón y sólo has conseguido volverte un yonqui de experiencias espirituales, probablemente te sentirás desorientado. Si sientes esta intensa desorientación, tal vez intentes evitarla, pues el buscador que hay en ti de repente no sabe qué hacer. Se siente muy confundido y se pregunta: «Si no intento alcanzar el estado de subidón para liberarme, ¿qué hago?».
El buscador necesita quedarse en esa desorientación y en esa sensación de no saber qué hacer; cuando se queda ahí, sin resistirse ni alejarse, en ese momento nace algo nuevo.
Observa tu experiencia para ver qué nace cuando te das la oportunidad de experimentar la desorientación del buscador espiritual que deja de buscar una experiencia distinta de la que ocurre en este preciso instante. Tal vez sientas que el buscador se disuelve y que surge la paz, esa paz que estaba persiguiendo el buscador.
Cuando el buscador se disuelve, nace la paz y surge la calma. No es una calma que dependa de ningún estado emocional. Cuando el buscador empiece a disolverse y surja la paz, ésta perdurará con independencia de cualquier estado, independientemente de que el péndulo se encamine hacia un estado espiritual de subidón, hacia un estado muy ordinario o, incluso, hacia un estado desagradable. Esto conforma el paso inicial necesario para comprender que la libertad sólo puede surgir cuando el buscador se disuelve, pues entonces deja de existir cualquier movimiento hacia la experiencia o en dirección contraria a la misma.
Libro “La danza del vacio” …Adyashanti