Afirmaciones del Vedanta Advaita 4.57/5 (7)

La primera afirmación, y la última, que se hace en Vedanta es LA ABSOLUTA IDENTIDAD DEL HOMBRE Y DIOS. Entre ambos no hay diferencias de naturaleza esencial. Este concepto, líricamente vertido en Occidente -a tal punto que esta afirmación es casi lo único que conocemos de Vedan­ta- es larga y vastamente estudiado en India.

No se llegó a él por una especie de romanticismo mental o por un mero misticismo ideológico. Fue mas bien producto de insospechado análisis, tan inefable y grande como el que hiciera exclamar a nuestro Jesús; el Cristo, “El reino de los Cielos está en Vosotros”, o bien, “Dioses sois y lo habéis ol­vidado”, a Platón.

No olvidemos que todo concepto sabio encierra en su tras­fondo un mar de Verdad y que toda síntesis, no es sino la hija brillante del sacrificado análisis.

La segunda afirmación, abiertamente explicada una y otra vez en el •• Gita •• , es la total posibilidad del Hombre, de todo Hombre, de cualquier Hombre, para asumir la tarea de su Liberación. Como la vida en el cuerpo físico, así palpita en el ser humano su vida espiritual. No hay “posibilitados” ni “imposibilitados”: hay Dioses, 1todos idénticos, todos merece­dores de la Unión con el Gran Aquello del cual emanaron.

Espantosa y aberrante teoría para quienes nutren su per­sonalidad subyugando a los otros; en ella muere todo sepa­rativismo, todo germen de desigualdad, y resplandece el sol más puro de la verdadera fraternidad universal.

Todo hombre, dicen los sabios indios, es libre para em­prender la tarea de su propia posesión como ser celeste, de su autodescubrimiento como tal. Un Dios que encerrara al ser humano dentro de la cárcel del tiempo y le pusiera sobre sus hombros la condena de una cadena perpetua, para li­berarlo allá, al final de las edades “cuando sea bueno” es, para toda mente ilustre de la Vedanta, un puerilismo mental. La Eternidad se vería así condicionada al tiempo, la Realidad, a la ilusión. En otras palabras, el imperio de las sombras esclavizarla el de la Luz. Es Cronos engulléndose a Zeus. No obstante se sabe que Zeus pudo contra Cronos, Recordemos esto. El Alma del Hombre, o sea, Zeus en el Hombre, tiene una sola condición: la de su libertad. Hasta el buen Kant, que no hacía metafísica, logró dar con la Ver­dad, logró entender (para eso era dueño de un vasto universo mental) la única Realidad de todo ser humano: su absoluta Libertad para escogerse, su libertad para ser lo que quiera.

La tercera afirmación es la que niega la realidad de la evo­lución, tal como la entendemos nosotros. Efectivamente, la ley de la evolución -“Parinama”- se opone a “VIVARTA” según nuestra filosofía. Nuestro concepto de la primera ad­mite un real cambio de la causa, transformada en efecto. Para la Vedanta, es imposible tal cambio.

Así pues, con este concepto del hombre, de su libertad y de Vivarta, fácil resulta comprender cómo el sabio vedantino se aboca a la tarea de su propio autodevelamiento.

“Difícil es -dice el Gita- cruzar el vasto dominio de Sam­sara”. . . pero, ya vimos que por difícil que sea no es impo­sible.

Por sobre todas las cosas el Adikari es una conciencia re­flexiva, alguien que ha penetrado los velos de la Madre ilu­sión y descubierto cuál es la Realidad envuelta en sus peplos.

Ese discípulo es un hombre dispuesto a salirse del tiempo, dispuesto a “Detener su juego” en el campo de su ser. No permitirá ya ser llevado y traído como una “cosa” en el vastí­simo océano de los cambios aparentes, no dejará que el placer lo tenga prisionero ni lo hechice, pues él ha descubierto que su sola manifestación involucra asimismo la manifestación de su opuesto, el dolor.

El descubrimiento del Adikari es original, en tanto que nosotros palpamos esto en su superficie, en lo que se muestra, mientras que él desciende al seno profundo de esa Verdad.

La clave para este divino divorcio de lo temporal, se halla en la meditación. No se medita para “elevarse” y “ascender espiritualmente… Se medita para DETENER EL TIEMPO­-MOVIMIENTO dentro de uno. Se debe detener todo movimiento mental, no hacer que la mente titile ni refleje el mun­do, te debe aquietarla, calmarla, transmutarla, porque el mundo es ilusión. y si la ilusión se refleja en ella, nunca sera velhículo apropiado para la captación de lo Real.

Libro: Enseñanzas del Himalaya por Ada Albrech

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