AHAM-VRITTI: La constitución del ego o pensamiento yo 5/5 (8)

Para el vedanta advaita, la persona humana individual o jiva posee una realidad empírica, fenoménica. Esta enseñanza en ningún caso niega la existencia de nuestra dimensión individual, asociada a nuestro organismo-psicofísico; sencillamente, sostiene que, si bien nuestra estructura psicofísica es el vehículo y el locus fenoménico del sentido del Yo, dicha estructura no equivale a este último ni es el origen de este último.

 

Según el advaita, jiva o la persona individual no es ilusoria en su realidad relativa, sino sólo cuando se otorga carácter absoluto, cuando pretende constituirse como una realidad sustancial e independiente y olvida que su realidad última es Atman y que es Atman lo que dice y siente “Yo” en él. Cuando tiene lugar este olvido, originado en adhyasa (acción de superponer),jiva ya no es la evidencia de Atman, su rostro visible (como el mundo es el rostro visible de Brahman), sino su velo (maya). Se constituye así el “ego”: el yo individual separado. [De ahora en adelante utilizaremos indistintamente los términos “ego” y “yo”; la minúscula diferenciará a este último del término “Yo” con el que aludiremos al Yo metafísico o Sí mismo real]

El ego no es lo que somos sino lo que creemos ser. Carece de realidad ontológica; tiene sólo existencia psicológica, pues consiste en un acto de errada identificación (adhyasa) por el que olvidamos lo único realmente auto-evidente —aunque evasivo para la mente dual, pues su evidencia no es objetiva sino inobjetiva—: que somos el trasfondo lúcido y vacío en el que todo es. El ego se sustenta en la confusión de la Conciencia pura con ciertos contenidos de conciencia, una confusión-identificación que toma la forma de “pensamiento-yo” (aham-vritti): “Yo soy esto”; “esto es mío”.

El ego es sólo un pensamiento, no es una entidad real; es un pensamiento entre otros al que erróneamente se le otorga la categoría de pensador de pensamientos y de sujeto de acciones. No tiene ser en sí mismo; no es más que una idea o complejo de ideas.

En otras palabras, no hay identidad, quién o continuidad real en el nivel de la persona separada. La apariencia de continuidad se debe a que la memoria sostiene esta imagen mental en el tiempo, una memoria cuya carga necesita el ego para su conservación. Pero, en palabras de Nisargadatta, “la memoria es siempre parcial, incierta y evanescente. No explica el fuerte sentido de identidad que impregna la conciencia: el sentido ‘Yo soy’ ”

“En el gran espejo de la conciencia, las imágenes aparecen y desaparecen y sólo la memoria les da continuidad.

Y la memoria es material: destructible, perecedera, transitoria. En cimientos tan endebles construimos un sentido de existencia personal, vaga, intermitente, como un sueño. Esta vaga persuasión: ‘yo soy tal cual’ oscurece el estado inmutable de la Conciencia pura y nos hace creer que hemos nacido para sufrir y morir” (Nisargadatta)

Según el advaita, el ego es el sentido ordinario de identidad de la mayoría de nosotros; aquello a lo que solemos referirnos cuando decimos “yo” (ciertos rasgos físicos y temperamentales, supuestas cualidades o defectos, tenencias, logros, apegos, ideas, ideales, creencias, recuerdos, esperanzas, etc.) y que establece nuestros límites. Es una imagen psicológica o auto-imagen, un constructo mental con el que nos identificamos, una representación objetiva de nosotros mismos en la que ciframos erradamente el sentido último de nuestra identidad —olvidando que este sentido en todo momento lo “parasitamos” de aquello que únicamente nos lo proporciona: el sentido Yo soy, el sentido puro e inobjetivo de ser como presencia consciente—. El ego es sujeto puro experimentándose como objeto; es presencia consciente olvidada de sí, es decir, que ya no se experimenta a sí misma de forma inmediata, sencillamente siendo, sino de forma mediata o auto-reflexiva: pensándose, imaginándose.

La primera consecuencia de esta falsa auto-identificación es la sensación de limitación y de separatividad.

El yo, al identificarse con una imagen mental de sí mismo, se limita, ya no se vivencia desde su ser real sino desde su mente.

Pero esta vivencia limitada del yo no responde a la intuición de plenitud que éste reconoce veladamente como su naturaleza profunda y a la que, por ello, no le es posible renunciar. Como ha perdido el contacto con esa plenitud en el presente, el ego necesita proyectar la posibilidad del logro de la misma en el futuro; para ello, se constituye no sólo como una idea de “lo que es” (o cree ser), sino como una imagen o idea inseparable de su “yo ideal”, de “lo que ha de llegar a ser”. Cree que superará la sensación de limitación que le constriñe acumulando, engrandeciendo su auto-imagen, “mejorando”, es decir, “llegando a ser” todo aquello que supuestamente reforzará y engrosará su pseudo-identidad. Lo que está en la raíz de esta dinámica —que no equivale a un proceso de crecimiento real, de expresión de Atman a través de jiva, sino a un ilusorio juego de imágenes— es la auto-limitación imaginaria del Yo. Pero el ego nunca cuestiona esta limitación, pues ello supondría cuestionarse a sí mismo. No la cuestiona, aunque verifique permanentemente que es ocasión de sufrimiento, pues achaca ese sufrimiento, no a la dinámica egótica en sí, sino al hecho de que todavía no ha sido, tenido, hecho o logrado “esto” o “lo otro”.

El ego se enajena de la alegría incondicionada de ser, que es su patrimonio esencial y su naturaleza íntima; ésta es sustituida en su conciencia por momentos de alegría crispada y frágil condicionados a la posesión o al logro de ciertos factores —los establecidos por su particular “idea del yo”—.

En otras palabras, el ego, desconectado de su plenitud interna, comenzará a buscar esa plenitud fuera de sí: en el futuro y en logro de ciertos objetos, situaciones o estados (groseros o sutiles).

Si la primera consecuencia de la falsa auto-identificación era la sensación de limitación y de separatividad, la segunda es ésta que estamos describiendo: el ego se vuelve excéntrico (literalmente: aquello cuyo centro está fuera de sí); exigirá permanentemente al exterior que le otorgue la plenitud que ansía y temerá, a su vez, que se la quite. Surgen así el deseo y el temor como vivencias básicas y constitutivas del ego: el temor a todo lo que pueda cuestionar o debilitar su auto-imagen, a perder lo ya adquirido, y a no conseguir ser o lograr “esto” o “lo otro”; y el deseo de todo aquello que supuestamente le confirmará como tal yo separado y reforzará y engrandecerá su pseudo-identidad.

El deseo y el temor se originan en la auto-vivencia separada y, a su vez, la constituyen, sustentan y acrecientan. El ego es, en palabras de Nisargadatta, “un puñado de recuerdos y hábitos” (14), de referencias mentales al pasado (las identificaciones, ideas e imágenes acumuladas) proyectadas hacia el futuro que arraigan en la estructura deseo-temor.

  1. Ego y tiempo psicológico

El ego es “un puñado de recuerdos y hábitos” proyectados en el mañana; en otras palabras, se sostiene en el tiempo psicológico, en la referencia mental constante al pasado y al futuro. Puesto que el ego se vivencia exclusivamente a través de la referencia al pasado, de donde obtiene su sentido de identidad (de que es y ha logrado esto y lo otro) y de la proyección en el futuro (de donde obtiene su esperanza de plenitud), no puede acceder a la experiencia del ahora puro que es, según el vedanta advaita, la sede de la realidad.

La realidad, para el advaita, siempre es ya, ahora. El presente es la única realidad; de hecho, todo recuerdo y toda anticipación, ¿qué son sino experiencias presentes?; ¿puede algo ser si no es ahora? Cuando se advierte que toda referencia al pasado y toda anticipación del futuro no son estrictamente tales, pues siempre tienen lugar ahora, es decir, que no hay un antes y un después ajenos o exteriores al presente, el ahora se desvela en su ser sin límites: es un ahora intemporal, eterno. Este ahora intemporal es —según el vedanta advaita— la esencia del tiempo y el espacio de nuestro Sí mismo real.

“(…) cuando un hombre dice: ‘Éste soy yo, el que conoce lo que existe ahora en el presente, soy yo el que conoció el pasado y el pasado remoto, y soy yo quien conocerá el futuro y el futuro remoto’, está implícito en estas palabras que, incluso cuando cambia el objeto de conocimiento según el pasado, el presente y el futuro, el conocedor no cambia, ya que su naturaleza es la de estar eternamente presente” (Samkara) .

El ego, como pensamiento que es, otorga realidad absoluta a los pensamientos, al antes y al después, y no advierte que el antes y el después siempre son pensados o imaginados ahora, lo único real.

Los recuerdos y las expectativas, el tiempo psicológico, son el espacio y la sustancia misma del ego. El ahora, en cambio, es la sede de nuestro Ser. No los recuerdos ni las anticipaciones, sino sólo la experiencia presente tiene el sabor inconfundible de la realidad, porque su asiento es nuestra Presencia real (“presencia” y “presente”, de hecho, comparten una misma raíz).

“N: (…) Ciertamente, un recuerdo del hecho no puede pasar por el hecho mismo, tampoco la anticipación. Hay algo excepcional, único, en el hecho presente que no tiene lo previo ni lo venidero. Tiene cierta viveza, cierta actualidad; sobresale como si estuviera iluminado. En el presente existe ‘el sello de la realidad’, que ni el pasado ni el futuro tienen.
P: ¿Qué da a lo actual ese ‘sello de realidad’?
N: ¿Qué hace a lo actual tan diferente? Obviamente, mi Presencia. Yo soy real porque yo soy siempre ahora, en el presente, y lo que está conmigo comparte mi realidad. El pasado está en la memoria, el futuro en la imaginación. (…) es mi propia realidad la que yo imparto al hecho presente” (Nisargadatta)

“Usted, el Ser, siendo la raíz de todo ser, conciencia y gozo, imparte su realidad a todo cuanto percibe. Este impartir realidad ocurre invariablemente en el ahora, no en otro tiempo, porque el pasado y el futuro están sólo en la mente. ‘Ser’ sólo se aplica al ahora (Nisargadatta)”

El ego —decíamos— enajenado del ahora, de la fuente de su plenitud real, proyecta la posibilidad de dicha plenitud en el futuro como una idea: una imagen ideal del yo. Cuando el ego consigue realizar algún aspecto de esa idea, se alegra de forma pasajera. Cree que su alegría procede del logro o cumplimiento de aquello a lo que había condicionado su experiencia de la felicidad. En realidad, su alegría se origina en que por un momento ha abandonado el movimiento enajenante por “llegar a ser” y se ha permitido descansar en el presente, habitar en el ahora. Es el descanso en el ahora, el contacto con su Ser real, la fuente de la alegría que experimenta. Pero él no lo sabe.

 

(Tomado de: El Vedanta Advaita ante el sufrimiento (Filosofía y dolor), por Mónica Cavallé)

Fuente: Blog de Mónica Caballé

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