¿Siempre debemos saber?
Hubo una vez un hombre respetado por todos, porque era reflexivo y llevaba una vida de mesura. Sin embargo se había casado tarde, con una mujer mucho más joven que él.
Una noche en la que volvía más tarde de lo habitual, su fiel sirviente le anunció al recibirle:
– Su señora esposa se comporta esta noche de un modo extraño. Ha hecho llevar a sus aposentos el gran baúl que pertenecía a su abuela de usted, el que supuestamente contiene antiguos bordados, pero estoy seguro de que ahora encontraríamos en él algo bien diferente. Ella no me ha permitido mirar dentro, ¡ni siquiera a mí, vuestro más antiguo sirviente! Y ahora se niega a que nadie entre en sus habitaciones.
Habiendo escuchado esto el hombre fue a ver a su esposa, seguido por su fiel sirviente. Cuando entró la encontró sentada, con aire inquieto, sobre el gran baúl de madera maciza. Después de saludarla, le pidió que levantara la tapa para enseñarle lo que el baúl contenía. La mujer le respondió:
– ¿Es por las sospechas del servicio que me lo pides? ¿Es que no confías en mí?
– ¿No sería más sencillo cortar por lo sano todos los rumores abriendo sencillamente el baúl? – respondió el marido.
Pero la mujer, con tono decidido, replicó:
– No creo que eso sea posible.
– ¿Y eso por qué, es que está cerrado con llave?
– Sí, eso es.
– Bueno, ¿y dónde está la llave? La mujer le enseñó la llave y dijo:
– Haz salir al sirviente y te daré la llave.
El amo de la casa despidió al sirviente y la mujer le entregó tímidamente la llave. Después también ella se retiró, visiblemente preocupada.
Una vez solo, el hombre se sentó junto al baúl y comenzó a reflexionar, mientras jugaba lentamente con la llave.
Estuvo así largo rato, después, caída la noche, hizo llamar a sus jardineros. Les pidió que levantaran el baúl, después los condujo hasta un lugar alejado de la propiedad. Siguiendo sus órdenes, cavaron una profunda fosa y enterraron en ella el baúl. Después, el hombre regresó a su casa.
Concluido el incidente, nunca más volvió a ser mencionado.
Sabiduría y debilidad
Es siempre gracias a nuestra debilidad que tenemos ocasión de ser sabios; sin ella la sabiduría no tendría ninguna razón de ser: sería demasiado fácil y desprovista de sentido. Así sucede para el protagonista de esta historia, que aparentemente es un sabio, como lo muestra su vida equilibrada, su carácter reflexivo y el respeto que le es mostrado. Sin embargo está esperando la ocasión específica en la que mostrar qué hay de verdadero en su sabiduría, y aquella llegará gracias al único desorden aparente de su existencia, su debilidad, por así decirlo. En una boda tardía ha desposado a una mujer mucho más joven que él. Es por esta circunstancia que aparecerá el drama y se producirá el desafío.
¿Qué nos indica esta diferencia de edad entre él y su mujer? Debemos considerar que hay algo anormal en una tal situación, lo suficiente para ser mencionado específicamente, desde el principio de la historia, entre los escasos detalles sobre la vida de este hombre. Es cierto que cuando observamos a una pareja tal, siempre nos hacemos preguntas sobre su incongruencia.
¿Es entonces esta situación contra natura? Lo suficiente como para que pensemos que la joven mujer ha sido coaccionada para acceder a este matrimonio inapropiado, o que ha sido movida por motivaciones inconfesables como el lucro, o incluso por un desequilibrio de orden psicológico, buscando encontrar una figura paterna. En cuanto al hombre, podemos imaginar diversas críticas: rechazo de su propia edad y de su propia identidad, temor a la decrepitud de su propio cuerpo, miedo a la vejez y a la muerte, deseo de omnipotencia y de control, excesiva búsqueda de reconocimiento y admiración, incapacidad de amar, deseo de lujuria y vicio, etc.
Podemos también interpretar este decalaje de edad de forma menos literal y psicológica. Podríamos leer en ella, por ejemplo, el salto entre la sabiduría del hombre y la realidad banal del mundo, una realidad que debemos “desposar”, nolens volens. Un hombre sabio se encontrará siempre en cierta forma simbólicamente más anciano, más maduro o más experimentado que aquellos que le rodean.
Dilema y soledad
El señor regresa “más tarde que de costumbre” y el fiel servidor anuncia la mala noticia: alguna cosa eminentemente sospechosa está sucediendo con la joven mujer. Esta última, cuestionada, se muestra desafiante. ¿Por qué hacer caso al servicio? ¿Por qué no confiar en mí? Dicho de otro modo: ¿por qué me has elegido para compartir tu vida si luego desconfías de mí? Ella insiste en el cara a cara, en la intimidad de su relación, exigiendo hacer salir al sirviente como condición para acceder al secreto: el hombre debe aclarar sus prioridades, sus elecciones, que por el momento son ambiguas. Una vez entregada la llave, ella se retira asimismo, para dejar a su marido solo consigo mismo, cara a cara con su propia conciencia. Es cierto: ella se siente avergonzada, pero nos es desconocido por qué: basta saber que la exigencia del marido le supone un problema, sea cual sea la razón: miedo, decepción, vergüenza, humillación, etc. Las diferentes salidas teatrales de los personajes acentúan la dimensión dramática del momento.
Podemos imaginar el drama que vive este hombre solo. ¿Es mejor saber o no saber? ¿Qué podría conocer si abriera el cofre? Son numerosos los escenarios que deben bascular en el espíritu de este hombre inquieto. Tal dilema moral o existencial constituye un auténtico
cuestionamiento de la existencia. Su “sabiduría”, si es que alguna vez fue un sabio, es expuesta a una ruda prueba. Una gran soledad le invade. Tal drama puede representar el preámbulo de aquello que los sufíes denominan “muerte antes de la muerte” o “pequeña muerte”.
Curiosidad y saber
¡Permanece tanto tiempo meditando! Jugando compulsivamente con el poder simbólico que representa la pequeña llave. El poder de saber, al que quizá deberá renunciar. Entonces llega la noche, propicia a las decisiones, y el hombre determina su elección: la de no saber. Decide enterrar el objeto del drama lo más lejos y lo más profundamente posible, en la negra noche, y, de igual modo, este suceso en lo más profundo de su alma.
El tema de la curiosidad es importante en la tradición, como vemos en los cuentos y en los mitos. A menudo, esta cualidad ambigua, a la vez defecto y virtud, está ligada a los celos.
La curiosidad es lo que nos empuja a conocer, a descubrir, es por lo tanto fuente de verdad. Para resolver el problema, Tomás de Aquino intenta oponer la curiosidad a la estudiosidad, donde la segunda implica un cierto trabajo, un proceso, y no el deseo de un vano saber, que consiste a menudo en descubrir los secretos de los otros. La curiosidad es un defecto si no la acompañamos del examen crítico y el análisis metódico. El saber no tiene valor en sí mismo: podemos acumular conocimientos enciclopédicos sin ningún valor real, como encontramos a veces en el mundo académico o en el autodidacta. El conocimiento puede ser vano o malsano, una forma de orgullo intelectual, de buscar poder o acumulación primitiva.
Ignorancia y olvido
Podemos imaginar el debate que tiene lugar en la mente de nuestro hombre “reflexivo”. Decide no solamente que no hace falta buscar saber, sino más aún, es necesario desembarazarse para siempre jamás del objeto que podría generar en él tal “codicia”. Evidentemente, el lector moderno saltará ante la posibilidad de muerte en pleno vuelo que se nos presenta. Pero podemos también comprender la dimensión simbólica del asunto, como una crítica del deseo de saber, como el voyeurismo que nos incita a observar la pequeñez de espíritu y la mediocridad en otros y a encontrar placer en ello, alimentando así nuestra propia bajeza.
Nada vale como la paz de espíritu, y como sostenía Nietzsche, la facultad del olvido es una virtud eminentemente filosófica, condición necesaria para la felicidad. Así, la curiosidad es una de las taras de las que hay que tratar de desembarazarse, en particular cuando nos importa mucho, como en el caso presente. Es un auténtico trabajo de dominio de uno mismo que nuestro hombre deberá realizar durante el resto de su vida: aceptar la ignorancia de un hecho que le toca tan de cerca. Ver el vicio, buscar ver el vicio, ya es una forma de contagiarse de él. La ignorancia o la inocencia pueden así protegernos de nosotros mismos.
A modo de conclusión, recordemos los tres simios cuyas famosas estatuas todos conocemos, que se tapan los oídos, las orejas y la boca. ¿Representan una crítica de aquellos que se niegan a aceptar la verdad, o una invitación hacia una sabiduría que consiste en ser impermeables al mal ambiental?
LIBRO: Sabiduría de los cuentos sufies