Menos de dos semanas después de que ingresara en el centro, mi vida cambió completamente. Lo que sigue es un relato muy aproximado…
Una mañana me desperté… Había estado durmiendo, como de costumbre, en el suelo. La noche anterior no había pasado nada especial… Acababa de abrir los ojos, pero veía sin conceptos, sin pensamientos, sin una historia interior. No había ningún yo. Era como si algo hubiera despertado…. Ello abrió los ojos. Estaba mirando a través de los ojos de Katie. Y era reciente, claro, era nuevo; nunca había existido ahí antes. Todo era irreconocible. ¡Y resultaba encantador! La risa manó de las profundidades y simplemente se vertió afuera. Eso respiró y era extático. Estaba intoxicado de alegría; lo codiciaba todo. No estaba separado de nada, nada le era inaceptable. Todo estaba en sí mismo. Por primera vez experimenté –ello experimentó– el amor a su propia vida. ¡Yo –ello estaba asombrada!
Intentando ser lo más exacta posible, estoy usando la palabra “ello” para esa maravillosa y amorosa presenciación en la que no había ni yo ni mundo y en la que todo estaba incluido. No hay otra manera de decir lo completamente nueva y fresca que era esa presenciación. No había ningún yo observando a “ello”. Sólo había “ello” E incluso el darme cuenta de ese “ello” fue posterior.
Déjame explicártelo de una manera diferente… Apareció un pie… una cucaracha se arrastraba por él. Ello abrió los ojos y había algo en el pie… o apareció algo en el pie y entonces ello abrió los ojos… Desconozco la secuencia porque en ello no había tiempo. De manera que, ralentizándolo, fue así: ello abrió los ojos, miró el pie y vio que una cucaracha se arrastraba por el tobillo… y ¡ello estaba despierto! Nació. Y desde aquel momento, está observando…. Pero no había ni sujeto ni objeto. Era , es, todo lo que vio. No hay separación en él, en ninguna parte.
Toda mi rabia, todos los pensamientos que me habían estado preocupando, mi mundo entero, el mundo entero, había desaparecido… Lo único que había era presenciación. El pie y la cucaracha no estaban fuera de mí; no había nada exterior a mí o dentro de mí. Todo era yo. ¡Y sentía un gran deleite, un deleite absoluto! Nada había y existía un mundo entero: las paredes y el suelo y el techo y la luz y el cuerpo, todo rebosante…. Pero sólo lo que podía ver: ni más, ni menos.
Entonces ello se levantó y ello estaba asombrando. No había pensamiento alguno, ningún plan. Simplemente se levantó y se dirigió al baño. Caminó directamente hacia un espejo y miró los ojos de su propio reflejo… y comprendió. Y era aun más profundo que el deleite que antes había conocido. Se enamoró del ser del espejo. Era como si la mujer y la presenciación de la mujer se hubieran unido permanentemente. Sólo había ojos y un sentido de inmensidad absoluta, sin conocimiento alguno. Era como si yo –ella– hubiera sido atravesada por una descarga eléctrica. Era como Dios dándose vida a sí mismo través del cuerpo de la mujer… un Dios amoroso, luminoso, inmenso… y, sin embargo, ella sabía que ello era ella. Estableció un profundo contacto a través de sus ojos. No contenía ningún significado; sólo un reconocimiento anónimo que la consumía.
Amor es la mejor palabra que puedo encontrar para ello. Había estado escindido y ahora se había unido. Se movió y entonces, ello, en el espejo se unió tan rápidamente como se había separado. Era todo ojos. Los ojos en el espejo eran sus ojos. Y volvía atrás de nuevo, tan pronto como se encontraba… Y eso le dio su identidad… lo que yo llamo “amor”. Mientras ello se miraba en el espejo, los ojos –su profundidad– era lo único real, lo único que existía. Antes de eso, nada. Ni ojos, ni nada. Aún estando ahí, no había nada. Y entonces los ojos salieron para darle a ello lo que es. La gente pone nombre a las cosas -una pared, un techo, un pie, una mano-, pero ello no tenía ningún nombre para esas cosas, porque es indivisible. Y es invisible. Incluso los ojos. Hasta los ojos. Recuerdo lágrimas de gratitud deslizándose por las mejillas mientras ello contemplaba su propio reflejo. Estuvo ahí mirando fijamente no sé cuánto tiempo.
Éstos fueron los primeros momentos después de que yo nací, o ello como yo. No quedaba nada de Katie. No quedaba literalmente ni una brizna de recuerdos suyos. Ni pasado, ni futuro, ni siquiera un presente. Y en esa apertura, una inmenso gozo. Sentí: “No hay nada más dulce que esto”. “No hay nada más que esto. Si te quisieras incluso más de lo que te puedes imaginar, te darías esto. Una cara. Una mano. La respiración. Pero eso no es suficiente. Una pared. Un techo. Una ventana. Una cama. Las bombillas. ¡Ooh! ¡Y esto también! ¡Y esto también! ¡Y esto también!”
Todos esto tuvo lugar más allá del tiempo. Pero cuando lo pongo en palabras, tengo que desandar y rellenarlo. Mientras estaba tendida en el suelo, comprendí que cuando estaba dormida, antes de la cucaracha o del pie, antes de cualquier pensamiento, antes de cualquier mundo, no hay nada. En ese momento, comprendí que ningún pensamiento es verdad. Toda la indagación estaba contenida en esa comprensión. Fue como cerrar una verja y oír el clic al cerrarse. No era yo quién despertó: la indagación despertó. Las dos polaridades: izquierda y derecha, algo o nada, despertó. Ambos lados eran iguales. Lo comprendí en el primer momento de no-tiempo.
Lo diré otra vez: mientras yacía en la presenciación, como presenciación, surgió el pensamiento: es un pie. E inmediatamente vi que no era verdad… y eso fue puro gozo… Vi que era todo iba hacia atrás. No es un pie; no es una cucaracha. No era verdad… y no obstante, había un pie, había una cucaracha. Ello abrió los ojos y vio un pie y una cucaracha arrastrándose por el pie. Pero no había ningún nombre para estas cosas. No había ninguna palabra especial para “pie” o “cucaracha” o “pared” o lo que fuera… Se miraba a sí mismo, a su cuerpo, sin ponerle nombre. Nada había separado de ello, nada estaba fuera de ello. Vibraba de vida y gozo y era una experiencia ininterrumpida. Separar esa totalidad y ver algo como fuera de sí mismo, no era verdad. El pie existía, aunque no era una cosa separada. Y llamarlo “pie” o lo que fuera era percibido como una mentira. Era absurdo. Y la risa siguió manando de mí. Vi que “cucaracha” y “pie” son nombres para el gozo, porque no hay ningún nombre para lo que aparece como real ahora. Éste fue el nacimiento de la presenciación: el pensamiento reflejándose como sí mismo, viéndose a sí mismo como todo, rodeado por el inmenso mar de su propia risa.
Byron Katie
Todo el mérito de la sección historias del despertar es de Jordi Casals en su WEB: Datelobueno.com