En el cosmos, la relación de lo individual con la totalidad se puede comparar muy bien con un holograma. Un holograma es una imagen que se puede dividir una y otra vez y puede resurgir nuevamente, mediante un rayo láser, en cada una de las partes. O sea, cada una de las partes contiene de forma latente la imagen entera. Si nos imaginamos el cosmos como un holograma podemos decir que todas y cada una de sus partes representa un punto de ese holograma: todo es en sí la representación de la totalidad. Esto significa, a la vez, que todo lo que le ocurre a una parte individual repercute en la totalidad. Con nuestra consciencia estamos, pues, unidos continuamente a todas y cada una de las demás consciencias del universo. Por ello, nuestra consciencia es un reflejo de la consciencia de la humanidad entera, incluso del cosmos entero. Esta relación recíproca va desde el átomo más simple hasta las galaxias más remotas, desde el impulso vital más simple de un organismo unicelular hasta los seres espirituales más elevados. Todo está penetrado por una mente que comunica consigo misma en el cosmos.
El paradigma antiguo era: somos seres humanos que hacen una experiencia espiritual. Y el paradigma nuevo dice: somos seres espirituales que hacen la experiencia humana.
Y, por ello, en nuestro ser más hondo encontramos el cosmos entero, y en la mística experimentamos la unión con él. Como ser humano no estoy separado de él; soy la consumación de esa corriente energética, la consumación de la vida divina.
Para mejor explicar la relación entre el ser humano individual y la vida divina quisiera servirme de un concepto que acuñó Arthur Koestler: el holon. El holon es una totalidad (este es el significado de la palabra griega), pero una totalidad que no consiste solamente en sí misma, sino que al mismo tiempo es siempre parte de una totalidad mayor. Por ejemplo, un átomo es una parte de una molécula, una molécula es un conjunto de átomos y, a la vez, es parte de una célula entera, y esta es parte de un organismo total. Por ello, nada es exclusivamente parte o exclusivamente totalidad, sino que todo es a la vez tanto parte como totalidad. El holon tiene por esta razón dos tendencias: tiene que responder por su totalidad y también por su condición de ser parte. Debe mantener su relación hacia la totalidad y guardar al mismo tiempo su identidad; en caso contrario, desaparece. Cuanto más tiende hacia un extremo, tanto más pierde en el otro. Si un holon no quiere o no puede mantener ambas tendencias —o sea, su identidad como parte y su integración en la totalidad— desaparece, desintegrándose en sus componentes Significa que, como seres humanos, solo podemos existir si dejamos de centrarnos exclusivamente en nuestra identidad y nos integramos ante todo en la Realidad más amplia de la que somos parte. Igual que ocurre con todos los demás holon, estamos llamados a la autotranscendencia, a ir más allá de nosotros mismos. Esa ley la denomina Charon «finalidad». No se refiere al final de algo, a su terminación, sino a la tendencia de los seres hacia algo mayor. Charon no tiene ningún inconveniente en llamar a esa tendencia «amor», entendido como el impulso inherente a todo ser hacia la autotranscendencia. Allí donde falte la capacidad para la autotranscendencia no queda más que desaparición y desintegración. Un sistema cerrado, carente de capacidad para la comunicación más allá de sí mismo, no puede subsistir. Un vivo ejemplo de ello es la célula cancerígena. Altera su relación con el organismo y provoca su desaparición. Desde este punto de vista la autotranscendencia es la postura básica del universo y el verdadero motor de la evolución.
Conocer quiere decir superar la fijación en la individualidad del yo y abrirse a esa Realidad divina que somos esencialmente. No es que yo, como ser individual, me conozca a mí o al mundo, sino que el mundo se conoce a sí mismo en mí, en su manifestación personal que llamo «yo». En otras palabras, comprender no significa que un individuo subjetivo se apropia de una realidad objetiva, sino que la Realidad transcendental, la consciencia transpersonal, vuelve sobre sí misma. Una verdadera comprensión de la realidad presupone desembarazarse de la individualidad del yo.
los conocimientos de las ciencias apoyan este punto de vista mientras que la teología retrocede ante ellos y sigue predicando la perpetuación del yo en el más allá. Con ello se cierra la oportunidad de suministrar a las personas una ayuda para sus vivencias religiosas. Al cristianismo le hace falta una interpretación completamente nueva, que desarrolle una teología nueva basada en los conocimientos cosmológicos de las ciencias.
Libro: La ola es el mar