Unicamente CONCIENCIA 4/5 (1)

“Eso no dual” es conciencia

La gran afirmación del Yoga Vásishtha es:

  • “Lo único que existe es la conciencia”.
  • “El espectador y el espectáculo, es decir, el sujeto y el objeto, sólo son conciencia”.
  • “Lo único que existe en todas partes y en todo momento es la conciencia iniinite, pero esta conciencia se manifiesta de diversas formas”.
  • “De modo que el mundo entero no es otra cosa que el movimiento de la energía en la conciencia que unas veces se manifesta como consciente y otras como inconsciente e inerte, como el agua expuesta al viento frío se congela y adquiere la solidez del hielo”. 

No se afirma únicamente que todo esté tramado de inteligencia, sino que todo es conciencia. El gran error se produce cuando esa conciencia universal se reco­noce a sí misma en el individuo humano, identificándose con el cuerpo, sin llegarse a comprender como la conciencia universal.

La conciencia que se reconoce a sí misma en el hombre individual no se fundamenta en el individuo; su fundamento está en el cosmos entero.

Esa conciencia es universal y no tiene, rigurosamente hablando, un ser individual sino sólo una manifestación en el individuo.

Comprender y sentir esto en profundidad trastoca completamente la vida.

Lo que existe, y puedo experimentar directamente, no son cosas, como objetos inertes. Esa no es la naturaleza de lo que hay. Tampoco son sujetos venidos a un mundo de objetos.

Lo que hay en sí mismo no son ni sujetos ni objetos; sólo hay sujetos y objetos desde la perspectiva de los seres necesitados.

 

 

La pura conciencia del Vedanta

La conciencia pura está más allá de todo pensamiento, dice el Yoga Vásishtha.

Es pura luz imposible de objetivar y que no objetiva.

 

Si es así, ¿cómo se podría objetivar? ¿Cómo con luz se podría iluminar a la luz? De forma semejante, una pura conciencia no es una conciencia que se origina en algo que no sea conciencia.

Una pura conciencia es toda ella conciencia y nada más que conciencia.

La pura conciencia, el puro ser testigo, no tiene las espaldas cubiertas. Ser puramente conciencia y nada más que conciencia excluye la existencia en ella de algo cuya entidad no sea ser pura conciencia.

Por tanto, nadie tiene conciencia.

El puro ser conciencia no es nadie porque no hay nada que no sea ser pura conciencia. No hay nada que no sea pura conciencia que pueda ser fuente de la conciencia.

Igualmente el puro testigo no es nadie, porque si alguien fuera testigo supon­dría que ese alguien tiene un ser que no es ser puro testigo. Si todo el ser del testigo es ser puro testigo, no es nadie, es un ser testigo vacío, infinito, no objeti­vable.

¿Cómo el puro testificar testificaría el puro testificar? ¿Cómo la pura conciencia, que no es nadie consciente de nada, podría ser objeto de la conciencia?

Los vivientes no podemos imaginar otra conciencia que la que es de alguien y de algo. Pero esa conciencia no es pura conciencia porque está rodeada, por delante y por detrás, de realidad que no son pura conciencia.

El ser que “tiene” conciencia no es pura conciencia; tampoco aquello de lo que se tiene conciencia es pura conciencia.

 

 

Quien experimenta la naturaleza de la pura conciencia y del ser del testigo, comprende con claridad que en esa experiencia hay conciencia y hay testimonio, pero la conciencia es universal, no es la conciencia de un ego; hay testimonio, pero nadie es testigo.

Quien se pare a mirar, verá que en cada rincón de la naturaleza se hacen patentes cantidades inabarcables de inteligencia. Se mire donde se mire, en todas partes hay invertida una grandísima y complejísima inteligencia.

En cada ser, en cada detalle del cosmos y en su conjunto, están presentes y actuando finas tramas inteligentes.

En todo se hace presente algo que es como una mente.

Aquello de lo que se toma conciencia y se testifica no es ni un objeto ni una forma, porque se conoce en todo objeto y en toda forma; porque quien toma conciencia y testifica no es un sujeto; y donde no hay sujeto, no puede haber objeto.

Esa es la experiencia de la pura conciencia y del testigo; no es la experiencia de un yo, no es la experiencia de nadie ni es la experiencia de nada.

¿Quién o qué es esa conciencia? ¿Quién o qué es ese testigo?

Ciertamente esa conciencia, que es pura conciencia, y ese testigo, que es puro testigo, no es este cuerpo ni este yo, aunque resida en mi

 

 

Según las Upanishad el Ser es pura conciencia

Las Upanishad afirman que el Absoluto es conciencia y que carece de cualquier característica opuesta a eso. Comenta Sankara que en el Absoluto la conciencia no puede ser distinta de la existencia, ni la existencia diferente de la conciencia porque eso sería aceptar pluralidad en el Absoluto.

La naturaleza del Ser es pura conciencia y conciencia indiferenciada. Esa es su única naturaleza.

El Ser es pura conciencia, sin interior ni exterior.

Un terrón de sal no tiene exterior ni interior, todo él es pura sal en sabor, así también el Ser sin interior ni exterior es pura conciencia. 

El hombre liberado por el conocimiento, comprende que su verdadera natu­raleza es ser pura conciencia, serena, más allá de toda descripción, libre de exis­tencia fenoménica.

 

La pura conciencia y la identidad del ego

No soy nadie venido a este mundo.

Sabemos lo que es una conciencia cuando es conciencia de objetos, pero no sabemos lo que esa conciencia-sujeto es en sí misma. Para conocerla, la objetivamos, la hacemos un objeto entre los objetos, transmutándole su misma naturaleza.

 

Y es la objetivación de la conciencia lo que es el núcleo de la identidad, la que es el centro sobre el que cristaliza la idea del “yo” y “el sentimiento de ego”.

La conciencia objetivada como identidad-ego se contrapone a los objetos como realidad a realidad; con ello, se hace de la conciencia un ente entre los entes, una cosa entre las cosas.

Esa conciencia-ego que se contrapone a los objetos, como una entidad a otra entidad, necesita identificarse con el cuerpo.

Cuando ese proceso ha concluido, alguien ha venido a este mundo y saldrá de él; alguien ha nacido y morirá.

Si mantenemos la conciencia en su pura condición, sin objetivarla en nuestro intento por conocerla; si evitamos transmutar su naturaleza, al manipularla con nuestros conceptos, la conciencia es sólo conciencia.

Una conciencia no objetivada no es ninguna entidad, porque carece de punto de coagulación para la formación de una identidad; y sin identidad no hay ego. Por tanto, una conciencia pura conciencia, no objetivada, no es un ego.

Una conciencia sin ego no se contrapone a lo conocido como realidad a realidad, no dualiza entre el conocedor y lo conocido, es conciencia en unidad.

Esa conciencia sin identidad ni ego, sin dualidad ninguna con lo conocido, no es un ente entre los entes, no es una cosa más entre las cosas existentes, luego ni nace ni muere.

La pura conciencia es pensamiento sin apoyo. El pensamiento sin un yo que piensa, ni tiene historia, ni tiene proyecto.

Sólo el pensamiento que pone los pies en la historia y se alarga hasta el proyecto, instrumentaliza y se encadena en series. El pensamiento sin apoyo de identidad no puede tener ni historia ni proyecto; no tiene base para instrumenta­lizar ni, consecuentemente, para ordenarse en series.

Los pensamientos de una conciencia sin identidad y sin yo, emergen por sí solos desde la no-dualidad. Esos son los pensamientos espontáneos de los que hablan los maestros zen. Y esa es la conciencia de la que habla el Yoga Vásishtha; una conciencia sin ego ni identidad, sin dualidad con respecto a lo conocido.

 

 

Más sobre la conciencia

La conciencia instrumentalizada por la necesidad del viviente humano e identificada con su cuadro de necesidades es el sujeto, el ego y lo que las tradiciones orientales llaman “la mente”.

Para que la pura conciencia se transforme en función de supervivencia tiene que interpretarse, objetivarse como sujeto de necesidades.

Cuando la conciencia se objetiva como sujeto de necesidades, se identifica con el cuerpo.

Esa modalidad de la conciencia que se presenta como una identidad sujetiva corporal, es la que se convierte en conciencia de objetos.

El sujeto es, pues, la conciencia de las realidades leídas desde la interpretación que hace de ellas la necesidad. Esa conciencia subjetiva de las realidades desde las necesidades es la “mente” de los orientales.

Además de esa modalidad de conciencia, en función de las necesidades del sujeto, hay otra modalidad de conciencia: la que no es conciencia de un ego ni, por tanto, es conciencia de objetos; una conciencia que no es una mente, ni una identidad porque es pura conciencia, sin pasar por la objetivación.

¿Qué es la pura conciencia?

Es la pura noticia del existir de la realidad; una noticia pura porque no hace referencia a ningún cuerpo ni ningún sujeto de necesidades. Luz del puro existir, sin apoyo.

Mi cuerpo es el soporte de la conciencia, pero la conciencia no se identifica con mi cuerpo. La relación que existe entre el cuerpo y la conciencia podría ilus­trarse con la relación que existe en un ordenador entre el hardware y el software: el hardware es el soporte del software, pero el software no se identifica con el hardware.

En mi reside la conciencia. Puedo decir que mi ser es esa conciencia, que ni es una identidad, ni una cosa entre las cosas, ni un sujeto. Pero debo discernir qué entiendo por “mi” ser. Porque no hay ningún “mi”, ningún yo que sea un lugar donde hospedar a la conciencia. La imagen del software y el hardware no es del todo correcta, porque la conciencia es un software que es su propio hardware.

Intentado huir de las trampas del lenguaje diríamos que mi ser no es ningún hogar, ninguna identidad subjetiva, ni ninguna identidad objetivada. Las identi­dades objetivas y las identidades objetivadas están en función de la necesidad.

Soy conciencia pura en un lugar o desde un lugar, mi cuerpo. Pero ese lugar, ese cuerpo no es una identidad para la conciencia, no es un hogar.

Mi necesidad de viviente instrumentaliza la conciencia y la identifica con un cuadro de necesidades y un cuerpo.

Cuando la conciencia se libera de esa identificación, continúa siendo la conciencia en un cuerpo que no es un hogar sino sólo un soporte, pero no un soporte ajeno y extrínseco porque cuando la conciencia se libera de la identifi­cación con el cuerpo, convierte al cuerpo en conciencia, lo invade, lo desobje­tiviza, lo desubjetiviza y lo convierte también a él en pura conciencia testigo. El cuerpo se convierte en pura atalaya de la conciencia y su prolongación, una conciencia sin identidad.

Desde la conciencia liberada, el cuerpo ya no es una cosa entre las cosas, ni un sujeto; adquiere la naturaleza de la conciencia. Los ojos, los oídos, el olfato, el gusto y el tacto se hacen conocimiento, conciencia.

Mariá Corbí : Por los caminos del silencio

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