Asoman los “reveldes con causa” de mediana edad 4.8/5 (5)

“Más vale perder el tiempo con los amigos…

que perder a los amigos con el tiempo”.

 

Las personas ‘maduras’ de ahora hemos llegado a una edad maravillosa en la que emprendemos el camino del desaprendizaje.

Fuimos criados con la creencia de que debíamos ser los mejores en todo:
mejores estudiantes, mejores esposos, mejores profesionales, mejores padres, etc.
Fuimos educados con la creencia de que TODO es pecado.

Ha llegado la hora de decir NO en muchas ocasiones, de mandar al carajo los compromisos y las obligaciones. Pasó la hora de las responsabilidades desvelantes.

Ahora nos gusta estar solos, disfrutar buenas conversaciones con gente que no nos insulta y que cree lo mismo que nosotros o que no le importa que opinemos diferente.

Es la hora de hablar de todo sin necesidad de sostenerlo como medio de defensa. Es hora de ver películas, de estar en una finca durante la semana, de leer, de escuchar, de sonreír y gozar.

Demostramos que las responsabilidades fueron bien atendidas por nosotros, que hicimos las cosas lo mejor posible, que dejamos huellas, que somos buenas personas.

Lo que nos queda de vida es para nosotros, para disfrutar, para cumplir el mandamiento divino de amarnos a nosotros mismos.

Por eso vamos a hacer lo que nos da la gana.
Viajar al máximo, tomando café con amigos y amigas, conversando con todo el que nos encontremos…
Ya pasó la época de los roles.

Lo que fuimos, fuimos, ahora somos para nosotros mismos sin tener que rendir cuentas a nadie.

Los demás seguirán su camino de responsabilidades y de afanes, de preocupaciones y nerviosismos. Nosotros ahora estamos por encima del ‘bien’ y del ‘mal’.

Vamos a museos, asistimos a conferencias y si no nos gusta nos salimos sin que nos importe; redescubrimos al Quijote, a Neruda, Aristóteles, Renoir, Benedetti, etc.

Ahora asistimos con mayor frecuencia a entierros y nos damos cuenta de que se aproxima el nuestro, pero estamos preparados, pues al fin y al cabo, vivir es mortal.

La vida es para nosotros una profunda experiencia interior, lejos de mitos, ritos, limosnas y pecados sin fin.

Es la hora de empezar a relajarnos y de conversar largas horas con uno mismo, que es el único que permanece siempre, ahora y después de que abandonemos la nave del cuerpo.

Nos rodean pocos seres a quienes amamos profundamente y que seguirán viviendo sus propias experiencias, estemos nosotros o no.

Mandaremos para “donde sabemos” a la gente que nos molesta, la tóxica, la que nos quiere meter por un carril cueste lo que cueste.

Quienes nos buscan sin egoísmos van a encontrar una sonrisa, una mirada tierna y comprensiva, un consejo, acertado o no, afecto, lealtad.

Somos, ahora sí, libres de ataduras, de prejuicios, de creencias.

Somos libres porque no le tememos ni a la vida ni a la muerte…

por Samuel Arango M.

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