Un cuento enseña sin dar lecciones. Se aprende por comprensión. 5/5 (4)

La lectura es un salto al universo emocional: un viaje cuyo riesgo es quedarse prendado, incendiado, asombrado con sus constelaciones. Quien no lee puede que se haya perdido tantos mundos que solo recuerde un sombrío satélite al que llamará vida.

Es una sala de simulación casi infinita, un tobogán a nuevas situaciones, sensaciones y experiencias; un lugar de aprendizaje en el que comprender las emociones, ponerse en la piel de otros, ser miles de seres. Un ejercicio mágico de empatía. Los avances en neurociencia apuntan que se trata de un buen hábito para mantener en forma las capacidades mentales y por ende nuestro cerebro. Es además un gozo.

Quien no lee se ha perdido tantas emociones que puede que solo recuerde un pequeño yo enclaustrado, espacio de cristal atrapado en la repetición de estructuras rígidas que un día pueden estallar sin otros recursos a los que acudir. Es por ello que la lectura se ha convertido en una de las herramientas de lo que el psicólogo Daniel Goleman bautizó como la inteligencia emocional hace unas décadas.

Podemos explorar las emociones, adentrarnos como el capitán Nemo en las fosas del miedo, en los istmos del éxtasis, deslizarnos por los rápidos de la maravilla… tomar conciencia de nuestras pasiones desde una distancia segura, experimentarlas y prepararnos para sus retos.

Debe ser un rito fundamental en la infancia, cuando en el territorio fantástico de los cuentos los niños pueden experimentar un mundo nuevo a la vez que sus neuronas empiezan a estructurarse. Los primeros seis años de vida son fundamentales en el desarrollo del cerebro y el ser humano.

Y entonces los cuentos acuden como una biblioteca de almas, el lugar en el que identificar y tomar conciencia del difícil mundo de esas energías poderosísimas que llamamos, cuando son conscientes, sentimientos. Una lectura emocionada y empática por parte de los mayores despertará los territorios dormidos y les pondrá nombre, servirá de modelo y estímulo, los dotará de las primeras herramientas para su desarrollo intelectual y emocional.

“La lectura y la literatura son eminentemente emoción, cuando las personas leen obras literarias lo que viven son experiencias emocionales. De ahí la importancia de insistir a las familias para que estén leyendo cuentos, ya que en estos cuentos, además de pasárselo bien, siempre hay una lección de vida, una lección ética, moral, de bienestar, de convivencia, de comprensión, de solidaridad”, explica Rafael Bisquerra, director del posgrado en Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona.

La lectura es además un precursor del buen rendimiento académico y puede protegernos de situaciones vulnerables, conductas de riesgo. Desarrolla la capacidad de comprender mente y cuerpo. Bienestar, satisfacción, amor, son recursos emocionales que necesitan de climas, hábitats, espacios de cultivo.

“Una persona en los primeros seis años de vida ya ha desarrollado la empatía, la compasión, el amor, el bienestar, la felicidad, la satisfacción, y tendrá una estructura neuronal muy distinta que aquellos que hayan padecido un clima de ansiedad”, añade Bisquerra.

Un primer paso en este buen clima está en ese universo de cuentos, dragones, niñas valientes, animales morales, solución de conflictos. La calidez y el vínculo del que lee y escucha, contienen un secreto universal y hermoso. El niño forma parte del relato, interactúa con él, no es pasivo.

“Los cuentos enseñan sin dar lecciones, y orientan sin dar consejos concretos, el niño extrae su significado, aunque tiene que ser adecuado a la edad”, concluye la escritora y psicóloga Begoña Ibarrola. Por eso las cifras del último barómetro del CIS desazonan: un 40% de los españoles no leyó ni un libro en 2015.

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